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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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los foros, en los que la gente habla de su sufrimiento y que con el tiempo

ponen de manifiesto —así lo espero— lo que tiene que soportar un niño si

carece del apoyo de la sociedad. Gracias a estos informes se comprende el

porqué del odio, que puede llegar tan lejos como para que niños

inicialmente inocentes, más tarde, de adultos, sean por ejemplo capaces de

hacer realidad los delirios de un loco y organizar, apoyar, llevar a cabo,

defender y olvidar un holocausto gigantesco.

La pregunta, no obstante, acerca de cuáles han sido las improntas, los

malos tratos y las humillaciones que han contribuido a que niños

absolutamente normales se conviertan en monstruos, sigue omitiéndose

por todos como antes. Tanto los monstruos como las personas que han

dirigido contra sí mismas los sentimientos de rabia e ira, y que han

enfermado, defienden de cualquier reproche a los padres que, en el pasado,

les pegaron brutalmente. No saben cómo les han influido los malos tratos,

no saben cuánto han sufrido por ellos ni quieren saberlo. Consideran que

aquello se hizo por su bien.

Tampoco en las guías de autoayuda ni, en general, en la bibliografía

sobre la asistencia terapéutica se detecta una inclinación clara en favor del

niño. Al lector se le aconseja que abandone el papel de víctima, que no

acuse a nadie del desbaratamiento de su vida, que sea fiel a sí mismo para

conseguir liberarse del pasado e, incluso, que mantenga buenas relaciones

con sus padres. En estos consejos percibo las contradicciones de la

pedagogía venenosa y de la moral tradicional. Veo también en ellos el

peligro de abandonar al niño en otros tiempos atormentado por su

confusión y su sobresfuerzo moral, con lo que tal vez nunca pueda

convertirse en adulto.

Pues hacerse adulto significaría dejar de negar la verdad, sentir el

dolor reprimido, conocer racionalmente la historia que el cuerpo ya

conoce emocionalmente, integrar esa historia y no tener que reprimirla

más. Que luego el contacto con los padres pueda o no mantenerse

dependerá de las circunstancias. Pero lo que sí debe terminar es la relación

enfermiza con los padres interiorizados de la infancia, esa relación a la

que llamamos amor, pero que no es amor y que está compuesta de

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