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mediante un acto de voluntad, como he dicho antes. Pero acaban
desapareciendo cuando nos decidimos a hacer frente a nuestra verdad; eso
no es fácil, porque en la mayoría de los casos implica dolor, aunque sí
posible.
En los foros a menudo se observa que algunas personas, después de
quejarse de lo que les han hecho sus padres, se enfadan si alguien del
grupo reacciona con indignación a ese relato, aunque este alguien no
conociera a esos padres; su indignación va dirigida contra aquello que le
ha oído decir a la persona del grupo en cuestión. Porque no es lo mismo
quejarse de los actos de los padres que tomar esos hechos completamente
en serio. Esto último aviva el miedo del niño al castigo, de ahí que muchos
prefieran mantener reprimidas sus primeras percepciones, no ver la
verdad, encubrir los hechos y conformarse con la idea del perdón, de
manera que seguirán presos en su dinámica infantil de expectativas.
Empecé a someterme a psicoanálisis en el año 1958 y, si miro
retrospectivamente, me da la impresión de que mi psicoanalista estaba
muy imbuida de la moral. Yo no me di cuenta, porque he crecido con la
misma escala de valores; por eso no tuve la posibilidad de reconocer
entonces que había sido una niña maltratada. Para descubrirlo necesité una
testigo que hubiera recorrido este camino y que ya no compartiera la
habitual negación del maltrato a los niños que reina en nuestra sociedad.
Todavía hoy, más de cuarenta años después, esta postura no está
generalizada. Los informes de los terapeutas que aseguran estar del lado
del niño incurren, en la mayoría de los casos, en una postura pedagógica,
de la que, naturalmente, no son conscientes porque nunca la han
proyectado. Aunque algunos de mis libros aluden y alientan a los pacientes
a hacer justicia consigo mismos y a no ceder ante las exigencias ajenas,
como lectora tengo la sensación de que los terapeutas siempre dan
consejos que uno, en realidad, no puede seguir. Pues aquello que yo
describo como resultado de una historia se considera una mala costumbre
que uno debiera corregir: «Uno debería aprender a respetarse, debería
poder valorar sus virtudes, debería esto, lo otro y lo de más allá». Hay toda
una serie de información que pretende ayudarle a uno a recuperar su
autoestima, pero sin que pueda liberarlo de sus bloqueos; yo creo, en