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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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no perdió su esperanza, fue leal a sus ilusiones durante cincuenta años. Sin

embargo, en el transcurso de la terapia le entraba un gran picor cada vez

que tenía que tratar con personas ante las que no sabía explicarse y de las

que esperaba ayuda.

Veronika me contó que, durante mucho tiempo, fue un misterio para

ella por qué una y otra vez sufría unos ataques de picor tremendos y no

podía hacer nada al respecto, salvo enfadarse por tener que rascarse.

Detrás de este grito de su piel se escondía, como se demostraría más tarde,

la rabia contra toda su familia, pero en particular contra su padre, el cual

nunca estuvo disponible para ella y cuyo papel de salvador ella se había

inventado para soportar la soledad en el seno de una familia que la

maltrataba. Naturalmente, el que la fantasía de la salvación se prolongase

cincuenta años aumentó todavía más la rabia. Pero con ayuda de su

terapeuta logró, por fin, averiguar que el picor aparecía siempre que

intentaba suprimir un sentimiento, y que no remitía hasta que ella lograba

admitir y vivir ese sentimiento. Gracias a esos sentimientos fue

percatándose de que había creado una fantasía en torno a su padre del todo

infundada. En cada una de sus relaciones con los hombres esta fantasía

revivía. Esperaba que el amado padre la protegiese de la madre y las

hermanas, y comprendiese su necesidad. Cualquiera entenderá sin

dificultad que eso no sucediera, que no pudiera suceder. Pero, para la

propia Veronika, esta visión realista era inconcebible: tenía la sensación de

que, si reconocía la verdad, moriría.

Cosa comprensible, ya que en su cuerpo vivía la niña desprotegida que

habría muerto sin la ilusión de que su padre la ayudaría. No obstante,

como adulta, pudo renunciar a esa ilusión, porque esa niña ya no estaba

sola con su destino. Desde entonces existió en ella una parte adulta que

pudo protegerla y hacer lo que el padre nunca había hecho: entender la

necesidad de la niña y preservarla del abuso. Algo que en su vida cotidiana

vivió una y otra vez, ya que, por fin, consiguió dejar de ignorar sus

necesidades, como había hecho en el pasado, y tomarlas absolutamente en

serio. En adelante, el cuerpo avisaría de estas necesidades sólo con un

ligero picor, que a ella le indicaría que la niña necesitaba su ayuda. A

pesar de que Veronika desempeñaba un cargo de gran responsabilidad,

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