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no perdió su esperanza, fue leal a sus ilusiones durante cincuenta años. Sin
embargo, en el transcurso de la terapia le entraba un gran picor cada vez
que tenía que tratar con personas ante las que no sabía explicarse y de las
que esperaba ayuda.
Veronika me contó que, durante mucho tiempo, fue un misterio para
ella por qué una y otra vez sufría unos ataques de picor tremendos y no
podía hacer nada al respecto, salvo enfadarse por tener que rascarse.
Detrás de este grito de su piel se escondía, como se demostraría más tarde,
la rabia contra toda su familia, pero en particular contra su padre, el cual
nunca estuvo disponible para ella y cuyo papel de salvador ella se había
inventado para soportar la soledad en el seno de una familia que la
maltrataba. Naturalmente, el que la fantasía de la salvación se prolongase
cincuenta años aumentó todavía más la rabia. Pero con ayuda de su
terapeuta logró, por fin, averiguar que el picor aparecía siempre que
intentaba suprimir un sentimiento, y que no remitía hasta que ella lograba
admitir y vivir ese sentimiento. Gracias a esos sentimientos fue
percatándose de que había creado una fantasía en torno a su padre del todo
infundada. En cada una de sus relaciones con los hombres esta fantasía
revivía. Esperaba que el amado padre la protegiese de la madre y las
hermanas, y comprendiese su necesidad. Cualquiera entenderá sin
dificultad que eso no sucediera, que no pudiera suceder. Pero, para la
propia Veronika, esta visión realista era inconcebible: tenía la sensación de
que, si reconocía la verdad, moriría.
Cosa comprensible, ya que en su cuerpo vivía la niña desprotegida que
habría muerto sin la ilusión de que su padre la ayudaría. No obstante,
como adulta, pudo renunciar a esa ilusión, porque esa niña ya no estaba
sola con su destino. Desde entonces existió en ella una parte adulta que
pudo protegerla y hacer lo que el padre nunca había hecho: entender la
necesidad de la niña y preservarla del abuso. Algo que en su vida cotidiana
vivió una y otra vez, ya que, por fin, consiguió dejar de ignorar sus
necesidades, como había hecho en el pasado, y tomarlas absolutamente en
serio. En adelante, el cuerpo avisaría de estas necesidades sólo con un
ligero picor, que a ella le indicaría que la niña necesitaba su ayuda. A
pesar de que Veronika desempeñaba un cargo de gran responsabilidad,