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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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conocimiento entre los terapeutas en período de formación. Para eso

tendrían que dejar que mermaran un poco las perjudiciales influencias de

su educación tradicional. Ya que ha sido a menudo la educación, la

pedagogía venenosa, la que nos ha prohibido cuestionar los actos de

nuestros padres. Así mismo, la moral convencional, los preceptos

religiosos y, no en último lugar, algunas teorías del psicoanálisis han

contribuido a que incluso los pedagogos vacilen a la hora de percibir y

señalar sin tapujos la responsabilidad de los padres. Temen que éstos se

sientan culpables, pues creen que eso perjudicaría al niño.

Pero yo estoy convencida de lo contrario. Saber la verdad también

puede actuar como detonante si el apoyo está garantizado. Naturalmente,

el terapeuta no puede cambiar a los padres del niño «perturbado», pero

puede coadyuvar a una mejora considerable de su relación con el niño,

siempre y cuando les proporcione las herramientas necesarias. Puede, por

ejemplo, abrirles un acceso a nuevas experiencias si les informa de la

importancia de una comunicación «nutricia» y les ayuda a aprender cómo

funciona ésta. Si los padres se la niegan al niño, no suele ser con mala

intención, sino porque de pequeños no conocieron nunca esta forma de

ayuda ni sabían que existiese algo así. Pueden aprender junto con sus hijos

a comunicarse de manera satisfactoria, pero sólo si ya no tienen miedo, es

decir, si han obtenido el apoyo total de su terapeuta, liberado de esa

pedagogía venenosa y, por tanto, está completamente del lado del niño.

Con el apoyo de un testigo cómplice, encarnado en la figura del

terapeuta, puede alentarse a un niño hiperactivo, o que padezca otra

dolencia, a sentir su inquietud en vez de negarla, y a expresar sus

sentimientos delante de sus padres en vez de temerlos. De esta manera, los

padres aprenden del niño que se puede sentir sin temer obligatoriamente

una catástrofe, y que, al contrario, sólo sintiendo puede nacer algo, se

obtiene apoyo y se establece una confianza recíproca.

Conozco a una madre que le debe realmente a su hija el haberse

salvado de su vínculo destructivo con sus propios padres. Acudió a terapia

durante muchos años, pero seguía intentando ver los aspectos buenos de

unos padres que de pequeña la habían maltratado con dureza. Sufría

mucho con la hiperactividad y los arrebatos de agresividad de su hija

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