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conocimiento entre los terapeutas en período de formación. Para eso
tendrían que dejar que mermaran un poco las perjudiciales influencias de
su educación tradicional. Ya que ha sido a menudo la educación, la
pedagogía venenosa, la que nos ha prohibido cuestionar los actos de
nuestros padres. Así mismo, la moral convencional, los preceptos
religiosos y, no en último lugar, algunas teorías del psicoanálisis han
contribuido a que incluso los pedagogos vacilen a la hora de percibir y
señalar sin tapujos la responsabilidad de los padres. Temen que éstos se
sientan culpables, pues creen que eso perjudicaría al niño.
Pero yo estoy convencida de lo contrario. Saber la verdad también
puede actuar como detonante si el apoyo está garantizado. Naturalmente,
el terapeuta no puede cambiar a los padres del niño «perturbado», pero
puede coadyuvar a una mejora considerable de su relación con el niño,
siempre y cuando les proporcione las herramientas necesarias. Puede, por
ejemplo, abrirles un acceso a nuevas experiencias si les informa de la
importancia de una comunicación «nutricia» y les ayuda a aprender cómo
funciona ésta. Si los padres se la niegan al niño, no suele ser con mala
intención, sino porque de pequeños no conocieron nunca esta forma de
ayuda ni sabían que existiese algo así. Pueden aprender junto con sus hijos
a comunicarse de manera satisfactoria, pero sólo si ya no tienen miedo, es
decir, si han obtenido el apoyo total de su terapeuta, liberado de esa
pedagogía venenosa y, por tanto, está completamente del lado del niño.
Con el apoyo de un testigo cómplice, encarnado en la figura del
terapeuta, puede alentarse a un niño hiperactivo, o que padezca otra
dolencia, a sentir su inquietud en vez de negarla, y a expresar sus
sentimientos delante de sus padres en vez de temerlos. De esta manera, los
padres aprenden del niño que se puede sentir sin temer obligatoriamente
una catástrofe, y que, al contrario, sólo sintiendo puede nacer algo, se
obtiene apoyo y se establece una confianza recíproca.
Conozco a una madre que le debe realmente a su hija el haberse
salvado de su vínculo destructivo con sus propios padres. Acudió a terapia
durante muchos años, pero seguía intentando ver los aspectos buenos de
unos padres que de pequeña la habían maltratado con dureza. Sufría
mucho con la hiperactividad y los arrebatos de agresividad de su hija