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Epílogo de la primera parte
Es posible que innumerables personas hayan tenido un destino parecido a
los que acabo de describir. Pero los autores aquí mencionados son
conocidos en todo el mundo, por lo que la veracidad de mis palabras puede
comprobarse con ayuda de sus obras y de las biografías que se han escrito
sobre ellos. El denominador común de estos escritores fue su lealtad al
cuarto mandamiento y el hecho de que a lo largo de toda su vida honraron
a sus padres, que les habían causado mucho sufrimiento. Sacrificaron sus
propias necesidades de verdad, de lealtad a sí mismos, de comunicación
sincera, de comprensión y de ser comprendidos en el altar de sus padres,
todo ello con la esperanza de ser amados y no volver a ser rechazados. La
verdad expresada en sus obras quedó disociada de su yo; cosa que, bajo el
peso del cuarto mandamiento, retuvo a dicha verdad en la cárcel de la
negación.
Dicha negación les ocasionó graves enfermedades y muertes
tempranas, cosa que demuestra, una vez más, que Moisés se equivocó por
completo al decirnos que viviríamos más si honrábamos a nuestros padres.
El cuarto mandamiento contiene una amenaza indiscutible.
A buen seguro, muchas personas disfrutaron de una larga vida aunque
idealizaran a los padres que en el pasado las maltrataron. En realidad, no
sabemos cómo estas personas encararon su mentira. La mayoría la
transmitió inconscientemente a la siguiente generación; por el contrario,
sabemos que los escritores aquí citados empezaron a intuir su verdad.
Pero, aislados y en una sociedad que siempre está del lado de los padres,
no encontraron el valor suficiente para deshacerse de su negación.
Cualquiera puede comprobar lo poderosa que llega a ser la presión
social. Cuando un adulto reconoce la crueldad de su madre y habla de ella