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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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información antes de llegar a un buen nivel de análisis, ésta no podría

soportarlo.

Quizás, hace un tiempo, yo hubiera compartido esta opinión, pero tras

mis últimas experiencias tiendo a pensar que nunca es demasiado pronto

para decirle al niño maltratado lo que uno percibe con claridad y para

ponernos de su lado. Kristina Meyer luchó con un valor inusitado por su

verdad, y merecía que desde el comienzo alguien reconociera su confusión

y la acompañara en ella. Siempre soñó con que la psicoanalista la abrazara

alguna vez y la consolara, pero ésta, fiel a su método, jamás hizo realidad

el inocente deseo de Kristina. De haberlo hecho, a lo sumo le habría

podido transmitir que existen los abrazos de cariño que respetan las

fronteras con el otro y que además demuestran que uno no está solo en el

mundo. Puede que hoy día, cuando hay un sinfín de terapias corporales, la

obstinada negativa de la psicoanalista a dejarse conmover por la tragedia

de su paciente parezca extraña, pero desde la perspectiva del psicoanálisis

es del todo comprensible.

Volvamos al punto de partida de este capítulo y a la imagen de los

niños dando vueltas en el tiovivo, cuyas caras, en mi opinión, además de

alegría reflejaban también miedo y desazón. En realidad, mi comparación

de esa situación con las de abuso sexual no pretendía ser general, fue más

bien una idea por la que me dejé llevar. Sin embargo, sí hay que tomar

absolutamente en serio las emociones contradictorias a las que de niños y

adultos solemos estar expuestos. Cuando de pequeños nos relacionamos

con adultos que nunca han intentado aclarar sus sentimientos, a menudo

nos vemos confrontados con un caos que nos desconcierta sobremanera.

Para escapar de esa confusión y de ese desconcierto recurrimos al

mecanismo de disociación y represión. No sentimos ningún miedo,

queremos a nuestros padres, confiamos en ellos y, cueste lo que cueste,

tratamos de satisfacer sus deseos para que estén contentos con nosotros.

Será sólo más tarde, en la edad adulta, cuando este miedo tenderá a

proyectarse sobre el cónyuge; y no lo entenderemos. También entonces

querremos, como en la infancia, aceptar en silencio las contradicciones del

otro para ser queridos, pero el cuerpo manifestará su aspiración a la verdad

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