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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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Casi todas las instituciones contribuyen a esta huida de la verdad. Son

dirigidas por personas, y a la mayoría de las personas les da miedo la

palabra infancia. Este miedo se halla en todas partes, en las consultas de

los médicos y los psicoterapeutas, en los despachos de los abogados, en los

tribunales y, no en menor medida, en los medios de comunicación.

En cierta ocasión, una librera me habló de un programa de televisión

sobre los malos tratos infantiles. Por lo visto, se emitieron casos de una

gran crueldad, entre ellos el de una de las llamadas «madres con el

síndrome de Münchhausen»: una enfermera que cuando iba con sus hijos a

la consulta del médico se hacía pasar por una madre muy cariñosa y

entregada, pero que en casa utilizaba medicamentos para provocarles de

manera intencionada enfermedades, de las que acabaron muriendo sin que

en un principio se sospechara de ella. A la librera le había indignado que

los expertos del debate no hubieran dicho nada acerca de por qué hay

madres así. Como si se tratara de una fatalidad divina. «¿Por qué no

dijeron la verdad?», me preguntó; «¿por qué estos expertos no dijeron que

esas madres fueron gravemente maltratadas en el pasado y que con su

conducta no hacen sino repetir lo que ellas han vivido?». Le contesté: «Lo

dirían si lo supieran, pero está claro que no lo saben». «¿Y cómo es

posible que yo lo sepa sin ser una experta?», preguntó la mujer, y siguió:

«Me ha bastado con leer un par de libros. Desde que los leí, mi relación

con mis hijos ha cambiado mucho. Entonces, ¿cómo puede ser que un

experto diga que, por suerte, son pocos los casos extremos de malos tratos

a los niños y que sus causas se desconocen?».

La actitud de mi interlocutora me hizo comprender que tenía que

escribir otro libro sobre ese tema, incluso aunque quizá falte algún tiempo

para que muchos puedan vivirlo como un alivio. No obstante, no dudo de

que ya habrá algunos que podrán corroborarlo por propia experiencia.

Mis intentos de transmitirle al Vaticano los conocimientos sobre la

importancia de la primera infancia me han demostrado la imposibilidad de

despertar el sentimiento de misericordia en hombres y mujeres que al

comienzo de sus vidas aprendieron a reprimir sus sentimientos verdaderos

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