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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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que, aunque de pequeña le pegaron y la sometieron a abusos sexuales,

también vivió buenos momentos junto a ellos. Su terapeuta le aseguró que

debía ponderar los momentos buenos y los malos, y entender como adulta

que los padres perfectos no existen y que todos, por fuerza, cometen

errores. Pero no se trataba de eso. Se trataba de que esta mujer, ahora

adulta, desarrollara una empatía hacia esa niña cuyo sufrimiento nadie vio,

porque fue utilizada para los intereses de sus padres, intereses que gracias

a su gran talento pudo satisfacer a la perfección. No obstante, si ha llegado

a sentir este sufrimiento y es capaz de acompañar a la niña que lleva

dentro, no debería tratar de compensar los momentos buenos con los

malos, porque con ello volvería a desempeñar el rol de la niña que quería

satisfacer los deseos de sus padres: quererlos, perdonarlos, recordar los

buenos momentos, etcétera. La niña intentó satisfacerlos sin cesar, con la

esperanza de entender las contradicciones de los mensajes y los actos de

sus padres, a los que estaba expuesta. Pero este «trabajo» interior no hizo

sino aumentar su confusión: era imposible que la niña comprendiera que

su madre se había parapetado en un búnker interior para protegerse de sus

propios sentimientos y que por eso vivía ajena a las necesidades de su hija.

Y si la persona adulta entiende esto, no debería perpetuar los desesperados

esfuerzos de la niña ni intentar obligarse a valorar objetivamente los

hechos, oponiendo lo bueno a lo malo, sino actuar según sus propios

sentimientos, que al igual que todo lo emocional son siempre subjetivos:

¿qué me atormentó durante mi infancia? ¿Qué es lo que no me permitieron

sentir?

No se trata de emitir un juicio global sobre los padres, sino de

encontrar la perspectiva del niño que sufre y no habla, y de romper un

vínculo que yo llamo destructivo. Como ya he dicho con anterioridad, este

vínculo está compuesto de gratitud, compasión, negación, nostalgia,

enmascaramiento y un sinfín de expectativas que nunca se satisfacen ni se

satisfarán. El camino hacia la madurez no pasa por la tolerancia a las

crueldades sufridas, sino por el reconocimiento de la propia verdad y por

el aumento de la empatía hacia el niño maltratado. Pasa por darse cuenta

de cómo los malos tratos han entorpecido la vida entera del adulto, de

cómo se desaprovecharon muchas oportunidades y de cuánta de esa

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