You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
»¡Qué contenta estoy de tener a Susan! No sólo porque me escucha y me anima a
expresarme a mi manera, sino también porque sé que hay alguien que está de mi lado y
que no tengo que cambiar para gustarle. Le gusto como soy. Y eso es fascinante, no
tengo que esforzarme en absoluto para que me entiendan. Simplemente, me entiende. Y
ser entendida es una sensación maravillosa. No tengo que viajar por todo el mundo
para encontrar personas que quieran escucharme y luego sentirme decepcionada. He
dado con una persona que lo hace y gracias a ella puedo comprender lo mucho que
siempre me he equivocado; por ejemplo, con Klaus. Ayer fuimos al cine y después
intenté hablar con él sobre la película. Le expliqué por qué la puesta en escena me
había decepcionado pese a lo buenas que habían sido las críticas. Lo único que dijo
fue: “Tienes muchas pretensiones”. Entonces caí en la cuenta de que ya había hecho
antes este tipo de comentarios en lugar de interesarse por lo que yo decía. Yo siempre
me lo había tomado como algo normal, porque en casa tampoco oía otra cosa y estaba
acostumbrada. Pero ayer caí en la cuenta. Pensé que Susan nunca reaccionaría así, ella
siempre contesta a lo que le digo y, cuando no lo entiende, lo pregunta. De pronto me
he dado cuenta de que hace un año que soy amiga de Klaus y nunca me he atrevido a
reparar en que, en realidad, no me escucha en absoluto, en que me esquiva de forma
parecida a como lo hacía papá y yo lo consideraba normal. ¿Podría cambiar esto? ¿Y
por qué iba a cambiar? Si Klaus es esquivo, sus razones tendrá para serlo, y yo eso no
puedo cambiarlo. Pero, por suerte, he empezado a darme cuenta de que no me gusta
que me esquiven y de que puedo decir en voz alta que no me gusta. Ya no soy la niña
pequeña de papá.
»18 de julio de 1998
»Le he explicado a Susan que a veces Klaus me ataca los nervios y no sé por qué
me ocurre. Porque yo lo quiero. Me molesto por tonterías, y me reprocho por ello. Su
intención es buena. Dice que me tiene cariño y yo sé que me quiere mucho. Entonces,
¿por qué soy tan quisquillosa? ¿Por qué me enfado por tonterías? ¿Por qué no puedo
ser más tolerante? Estuve un rato hablando a tontas y a locas, y me eché la culpa a mí
misma; Susan me escuchó y al final, me preguntó en qué consistían estas tonterías.
Quería saberlo todo al detalle; yo no quería entrar en el tema, pero acabé entendiendo
que podría pasarme horas hablando así y echándome la culpa sin prestar verdadera
atención a lo que me molestaba, porque censuraba mis propios sentimientos antes de
tomármelos en serio y comprenderlos.
»De modo que empecé a darle detalles. Por ejemplo, le conté la historia de la carta.
Le había escrito a Klaus una carta muy larga en la que había intentado decirle lo mal
que me siento cuando trata de disuadirme de mis sentimientos. Como cuando, por
ejemplo, dice que todo me parece negativo, que estoy rizando el rizo, que no paro de
especular y que alguna cosa no tiene importancia; que no debo preocuparme
innecesariamente si no hay razón para ello. Estos comentarios me entristecen, me hacen
sentir sola y tiendo a decirme lo mismo: deja de romperte la cabeza, mira el lado bueno
de la vida, no seas tan complicada. Pero, gracias a la terapia con Susan, he descubierto
que estos consejos no me benefician, me empujan a hacer esfuerzos absurdos que no
sirven de nada. Me siento rechazada, que es lo que soy. Siempre rechazada. Me
rechazo a mí misma al igual que me pasaba antes con mamá. ¿Cómo se puede querer a