29.07.2020 Views

El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

pincharme en las pequeñas venas del dorso de mis manos y en los dedos, ya que tenía

las de los brazos completamente destrozadas. De modo que mis manos parecían garras

salidas de una película de terror; estaban hinchadas, inflamadas, llenas de picotazos.

Sólo me ponía jerséis de manga muy larga. Por suerte, era invierno. El director tenía

unas manos bonitas y alargadas. Manos que movía sin parar. Que jugaban con mi

grabadora mientras pensaba. Unas manos con las que parecía que daba forma a su

mundo.

»Me costó concentrarme en nuestra conversación. Había tenido que viajar en avión

y el último chute me lo había inyectado hacía muchas horas, antes de despegar. Meter

heroína en el avión me había parecido demasiado arriesgado. Además, estaba tratando

al menos de controlar mi consumo comprando al día una cantidad determinada. Por

eso, el final de la jornada se me hacía muy duro. Me ponía nervioso y sudaba mucho.

Quería irme a casa. Al instante. Me costaba un gran esfuerzo dirigir mi atención a otra

cosa. No obstante, conseguí acabar la entrevista. Si había algo que temía todavía más

que la tortura del mono era la idea de perder mi trabajo. Desde que tenía diecisiete años

había soñado con ganarme la vida escribiendo. Y desde hacía casi diez ese sueño se

había hecho realidad. En ocasiones me daba la impresión de que mi trabajo era el

último residuo de vida que aún me quedaba».

El último residuo de vida se llamaba trabajo. Y trabajo quería decir

control. ¿Y dónde estaba la verdadera vida? ¿Dónde estaban los

sentimientos?

«Así que me aferré a mi trabajo. En cada encargo, el miedo corroía mis intestinos, el

miedo de no poder hacer frente a todo aquello. Ni yo mismo entendía cómo lograba

llevar adelante los viajes, hacer las entrevistas y escribir posteriormente los textos.

»De manera que ahí estaba yo, sentado en esa habitación de hotel y hablando

mientras me devoraban el miedo al fracaso, la vergüenza, el odio hacia mí mismo y el

ansia de dragarme. “Sólo tres malditos cuartos de hora y lo habrás superado”. Observé

cómo el director de cine enmarcaba las frases con sus gestos. Horas más tarde vi mis

manos alrededor del cuello de mi novia, estrangulándola».

Es posible que las drogas logren suprimir los miedos y el dolor hasta

tal punto que la persona en cuestión deje de experimentar sus verdaderos

sentimientos —mientras dure el efecto de las drogas—. Pero, cuando el

efecto haya pasado, las emociones no vividas golpearán con más fuerza.

Eso es lo que le sucedió al periodista:

«El viaje de vuelta después de la entrevista fue una tortura. Ya en el taxi estaba

exhausto, en un estado febril del que constantemente me despertaba sobresaltado. Una

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!