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había curado de su odio y sus alergias. Sin embargo, de repente le surgió
una fuerte asma y tuvo dificultades respiratorias. Paula no lograba
entender esta enfermedad, pues se sentía muy bien, había podido perdonar
a su tío y no le guardaba rencor alguno. Entonces, ¿a qué venía este
castigo? Consideró que la aparición de la enfermedad era un castigo por
sus antiguos sentimientos de rabia e indignación. Después leyó uno de mis
libros y, con motivo de la enfermedad, me había escrito. El asma
desapareció en cuanto pudo deshacerse del «amor» por su tío. Éste es un
ejemplo de obediencia en lugar de amor.
A otra mujer le asombraba, tras años de psicoanálisis, tener dolores en
las piernas para los que los médicos no encontraban causa alguna, pues
consideraba que los motivos podían ser psíquicos. Mediante el
psicoanálisis, llevaba años trabajando su supuesta fantasía de que había
sufrido abusos sexuales a manos de su padre. Quería creer a su
psicoanalista, quería creer que se trataba sólo de imaginaciones y no de
recuerdos de hechos reales. Pero todas estas especulaciones no le ayudaron
a comprender el porqué de esos dolores en las piernas. Cuando, al fin,
interrumpió la terapia, para su gran sorpresa los dolores desaparecieron.
Habían sido un indicio de que estaba en un mundo del que no podía salir.
Ella quería huir del psicoanalista y de sus engañosas interpretaciones, pero
no se atrevía a hacerlo. Es posible que los dolores en las piernas
bloquearan durante cierto tiempo su necesidad de huir, hasta que tomó la
decisión de dejar el psicoanálisis y no esperar más ayuda de éste.
El vínculo con las figuras paternas que trato de describir aquí es el
vínculo con unos padres que maltratan y que nos impiden ayudarnos a
nosotros mismos. Las necesidades naturales no satisfechas del niño en el
pasado las trasladamos más tarde a los terapeutas, a los cónyuges y a
nuestros propios hijos. No acabamos de creernos que nuestros padres
realmente las ignorasen o incluso las torpedearan de tal modo que
tuviéramos que reprimirlas. Esperamos que ahora sean otras personas, con
las que entablamos relación, las que colmen por fin nuestros deseos, nos
entiendan, nos apoyen, nos respeten y nos descarguen de las decisiones
difíciles de la vida. Y dado que estas expectativas se alimentan de la
negación de la realidad de la infancia, no podemos renunciar a ellas. No,