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años, su idealizado padre le había pegado por celos, la terapeuta consideró
que ahora tenía que imaginárselo como alguien cariñoso y tratar de que
esta imagen positiva sustituyese a la antigua negativa. Esto, en realidad,
prolongó unos años más su idealización paterna. Entretanto, el tumor de su
matriz fue creciendo, hasta que ella tomó la decisión de enfrentarse a la
verdad que le señalaba su recuerdo real.
Estas y otras técnicas se brindan en numerosas terapias para
transformar los sentimientos negativos en positivos. Dicha manipulación
suele reforzar la negación que desde siempre ha ayudado al paciente a
ahuyentar el dolor de su verdad (que señalan las emociones auténticas). De
ahí que el éxito de semejantes métodos pueda ser sólo a corto plazo y muy
problemático; pues la emoción negativa originaria era una señal
importante del cuerpo. Y al ignorar su mensaje, el cuerpo tiene que enviar
mensajes nuevos para ser escuchado.
Los sentimientos positivos fingidos no solamente duran poco; también
nos dejan en el estado del niño, con sus infantiles esperanzas de que algún
día los padres muestren su lado bueno y nunca necesitemos sentir rabia o
miedo hacia ellos. Pero tenemos que (y podemos) liberamos desde este
preciso instante de estas ilusorias expectativas infantiles si queremos ser
adultos y vivir en nuestra realidad actual. Para eso es necesario que
podamos vivir las llamadas emociones negativas y transformarlas en
sentimientos sensatos, para ser capaces de detectar sus verdaderas causas
en lugar de querer deshacemos de ellas lo más rápidamente posible. Las
emociones vividas no son eternas. (Sin embargo, durante este breve lapso
de tiempo pueden liberar energías bloqueadas). Sólo cuando las
desterramos anidan en el cuerpo.
Los masajes de relajación y demás terapias corporales proporcionan un
gran alivio temporal, pues, por ejemplo, liberan músculos y tejidos
conjuntivos de la presión de las emociones reprimidas, mitigan tensiones y
eliminan los dolores. Pero es posible que, más adelante, esta presión
resurja si siguen ignorándose las causas de dichas emociones; porque la
expectativa infantil de un castigo todavía es muy fuerte en nosotros y por
eso tenemos miedo de disgustar a los padres o a quienes los sustituyen.