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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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todo fue que —tal como Laura me escribió— el padre despertó en ella un

amor que, realmente, él no merecía. Con este amor vivió la joven hasta

que cayó enferma; trató de entender el sentido de su enfermedad con

ayuda de los terapeutas. Al principio, su terapeuta le pareció muy

prometedor, con su ayuda Laura consiguió derruir su muro defensivo, pero

luego fue él quien empezó a levantar otro cuando en los sentimientos de

Laura afloró la sospecha de que había sufrido abusos incestuosos a manos

de su padre. De pronto, su terapeuta empezó a hablar de deseos infantiles

edípicos con los que confundió a Laura de manera parecida a como lo

había hecho su padre. Le ofreció sus propias debilidades y sus recuerdos

no asimilados, porque permanecían reprimidos. Le ofreció la teoría

analítica en lugar de la empatía de un testigo cómplice.

Gracias a los conocimientos que había extraído de sus lecturas, Laura

pudo darse cuenta de la maniobra de huida del terapeuta. No obstante,

repitió con él el mismo modelo, porque su relación con su padre seguía

existiendo. Seguía estándoles agradecida, al terapeuta y a su padre, por lo

que había recibido de ellos; continuaba, así, sujeta a la moral tradicional e

incapaz de romper sus vínculos infantiles con ninguno de los dos. De

modo que los síntomas continuaron pese a la terapia corporal primaria que

inició entonces. La moral, por la que en muchas terapias Laura sacrificó su

historia y su sufrimiento, había vencido. Hasta que, con ayuda de una

terapia de grupo, pudo deshacerse de su infundada gratitud, percibir la

decepción paterna sufrida en su infancia con todas sus consecuencias y ver

que era aquí donde residía su propia responsabilidad sobre su vida.

A partir de ese momento, gracias a la aceptación de su verdad, Laura

pudo literalmente vivir una vida nueva y creativa. Ahora sabía que ya no le

amenazaba ningún peligro si se atrevía a pensar que su padre no era más

que un blandengue, que nunca le ayudó porque no quiso, y que la utilizó

para descargar en ella sus propias heridas y así no tener que sentirlas él.

Al parecer, cuando comprendió esto, su cuerpo se calmó, pues el tumor

que el médico quería operar con urgencia se redujo con rapidez.

En una de sus primeras terapias, a Laura le enseñaron el método de la

visualización, en el que por aquel entonces depositó muchas esperanzas.

Cuando cierto día consiguió recordar una escena en la que, con diecisiete

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