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todo fue que —tal como Laura me escribió— el padre despertó en ella un
amor que, realmente, él no merecía. Con este amor vivió la joven hasta
que cayó enferma; trató de entender el sentido de su enfermedad con
ayuda de los terapeutas. Al principio, su terapeuta le pareció muy
prometedor, con su ayuda Laura consiguió derruir su muro defensivo, pero
luego fue él quien empezó a levantar otro cuando en los sentimientos de
Laura afloró la sospecha de que había sufrido abusos incestuosos a manos
de su padre. De pronto, su terapeuta empezó a hablar de deseos infantiles
edípicos con los que confundió a Laura de manera parecida a como lo
había hecho su padre. Le ofreció sus propias debilidades y sus recuerdos
no asimilados, porque permanecían reprimidos. Le ofreció la teoría
analítica en lugar de la empatía de un testigo cómplice.
Gracias a los conocimientos que había extraído de sus lecturas, Laura
pudo darse cuenta de la maniobra de huida del terapeuta. No obstante,
repitió con él el mismo modelo, porque su relación con su padre seguía
existiendo. Seguía estándoles agradecida, al terapeuta y a su padre, por lo
que había recibido de ellos; continuaba, así, sujeta a la moral tradicional e
incapaz de romper sus vínculos infantiles con ninguno de los dos. De
modo que los síntomas continuaron pese a la terapia corporal primaria que
inició entonces. La moral, por la que en muchas terapias Laura sacrificó su
historia y su sufrimiento, había vencido. Hasta que, con ayuda de una
terapia de grupo, pudo deshacerse de su infundada gratitud, percibir la
decepción paterna sufrida en su infancia con todas sus consecuencias y ver
que era aquí donde residía su propia responsabilidad sobre su vida.
A partir de ese momento, gracias a la aceptación de su verdad, Laura
pudo literalmente vivir una vida nueva y creativa. Ahora sabía que ya no le
amenazaba ningún peligro si se atrevía a pensar que su padre no era más
que un blandengue, que nunca le ayudó porque no quiso, y que la utilizó
para descargar en ella sus propias heridas y así no tener que sentirlas él.
Al parecer, cuando comprendió esto, su cuerpo se calmó, pues el tumor
que el médico quería operar con urgencia se redujo con rapidez.
En una de sus primeras terapias, a Laura le enseñaron el método de la
visualización, en el que por aquel entonces depositó muchas esperanzas.
Cuando cierto día consiguió recordar una escena en la que, con diecisiete