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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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gustaría tratarte con franqueza”». «¿Y por qué no puedes decírselo así?»,

le pregunté. «Es verdad», reconoció Anna. «Tengo derecho a defender mi

verdad. Y, en el fondo, ella también tiene derecho a que yo le diga que lo

que siente es verdad. En realidad, es todo muy fácil, pero la compasión me

ha impedido ser franca con mi madre.

Es que me da pena, de pequeña nunca la quisieron, nada más nacer la

abandonaron, y se agarró a mi amor, y yo no quise negárselo». «¿Eres hija

única?», quise saber yo. «No, somos cinco hermanos y todos estamos muy

pendientes de ella. Pero está claro que eso no llena el vacío que arrastra

desde la infancia». «¿Y crees que podrás llenar ese vacío con una

mentira?». «No, tampoco. Es verdad. ¿Por qué voy a darle por compasión

un amor que no tengo? ¿Por qué engañarla entonces? ¿A quién beneficia

eso? Siempre he sufrido enfermedades que ya no tengo desde que admití

que, realmente, nunca he querido a mi madre porque sentía que me

monopolizaba y me chantajeaba desde un punto de vista emocional. Pero

tenía miedo de decírselo y ahora me pregunto qué es lo que pretendía darle

con esta compasión. Nada más que una mentira. Le debo a mi cuerpo no

seguir más con esto».

¿Qué queda del amor si examinamos sus componentes uno a uno,

como he intentado hacer aquí? La gratitud, la compasión, la ilusión, la

negación de la verdad, los sentimientos de culpa, el fingimiento, todos

ellos son los componentes de un vínculo que con frecuencia nos hace caer

enfermos. Esta relación enfermiza se entiende universalmente como amor.

Cuando formulo estos pensamientos tropiezo a cada instante con miedos y

encuentro resistencias. Pero si consigo explicar con más claridad lo que

pienso, esta resistencia enseguida se suaviza y algunos reaccionan

sorprendidos. Uno de mis interlocutores dijo una vez: «Es cierto, ¿por qué

pienso que mis padres se morirían si les mostrara lo que de verdad siento

por ellos? Tengo derecho a sentir lo que siento. No se trata de venganza,

sino de sinceridad. ¿Por qué en las clases de religión la sinceridad sólo se

valora como un concepto abstracto, pero a la hora de la verdad, en el trato

con los padres, resulta que va contra las reglas?».

Sí, qué bonito sería que uno pudiese hablar con los padres con

franqueza. Después de todo, el modo en que eso les afecte queda fuera de

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