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gustaría tratarte con franqueza”». «¿Y por qué no puedes decírselo así?»,
le pregunté. «Es verdad», reconoció Anna. «Tengo derecho a defender mi
verdad. Y, en el fondo, ella también tiene derecho a que yo le diga que lo
que siente es verdad. En realidad, es todo muy fácil, pero la compasión me
ha impedido ser franca con mi madre.
Es que me da pena, de pequeña nunca la quisieron, nada más nacer la
abandonaron, y se agarró a mi amor, y yo no quise negárselo». «¿Eres hija
única?», quise saber yo. «No, somos cinco hermanos y todos estamos muy
pendientes de ella. Pero está claro que eso no llena el vacío que arrastra
desde la infancia». «¿Y crees que podrás llenar ese vacío con una
mentira?». «No, tampoco. Es verdad. ¿Por qué voy a darle por compasión
un amor que no tengo? ¿Por qué engañarla entonces? ¿A quién beneficia
eso? Siempre he sufrido enfermedades que ya no tengo desde que admití
que, realmente, nunca he querido a mi madre porque sentía que me
monopolizaba y me chantajeaba desde un punto de vista emocional. Pero
tenía miedo de decírselo y ahora me pregunto qué es lo que pretendía darle
con esta compasión. Nada más que una mentira. Le debo a mi cuerpo no
seguir más con esto».
¿Qué queda del amor si examinamos sus componentes uno a uno,
como he intentado hacer aquí? La gratitud, la compasión, la ilusión, la
negación de la verdad, los sentimientos de culpa, el fingimiento, todos
ellos son los componentes de un vínculo que con frecuencia nos hace caer
enfermos. Esta relación enfermiza se entiende universalmente como amor.
Cuando formulo estos pensamientos tropiezo a cada instante con miedos y
encuentro resistencias. Pero si consigo explicar con más claridad lo que
pienso, esta resistencia enseguida se suaviza y algunos reaccionan
sorprendidos. Uno de mis interlocutores dijo una vez: «Es cierto, ¿por qué
pienso que mis padres se morirían si les mostrara lo que de verdad siento
por ellos? Tengo derecho a sentir lo que siento. No se trata de venganza,
sino de sinceridad. ¿Por qué en las clases de religión la sinceridad sólo se
valora como un concepto abstracto, pero a la hora de la verdad, en el trato
con los padres, resulta que va contra las reglas?».
Sí, qué bonito sería que uno pudiese hablar con los padres con
franqueza. Después de todo, el modo en que eso les afecte queda fuera de