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nayagua

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172que más arriba hablábamos. Porque Becqueriana es, ante todo, eso: un sobrevuelopersonal en torno a escenarios, estampas y figuraciones que tienen al amor -al énfasiscon que el amor lo revuelve todo- como cifra abisal en la configuración terminalde la conciencia.Lo que sucede en los cien pasajes –todos ellos numerados y breves– que constituyenBecqueriana se desvela enseguida. Hay, tal como en aquel preludio irrepetibleque figura al frente de la obra poética de Bécquer, una transfusión entre el mundopoético y el mundo real, que se ve inflamado de pronto por cuanto provienede una exacerbación sentimental, una exacerbación que se prolonga hasta hacerselenguaje. Uno de los pasajes clave, el número 22, podría aludir al asalto inesperadode esa nueva lectura de las rimas becquerianas, que lo desencadena todo: “Cuandoentraste en la vieja casa de los sentimientos una capa de polvo recubría lámparas,muebles y cuadros (…) Abriste el armario del lenguaje y de allí salieron apolilladaslas palabras que había lucido cuando la vida era una pintura de Matisse. Póntelas,dijiste, y me probé aquellos pantalones que no podía abrochar y la camisa comidapor los insectos (…)”. Ahora el lector de Becqueriana se hace cargo de la dimensiónalegórica de este pasaje y quiere creer al lector extemporáneo de Rimas. Aquellapoesía de nuevo leída parecía llegar fuera de hora; no parecía tener destino ni resonancia.Y, sin embargo, hay un apoderamiento misterioso que termina por encaminaral autor al lenguaje hasta hacer con él astillas vivas, “astillas de un poema,quizá”, se nos advierte. De esa naturaleza de jirón embrionario y veladura estáhecho el libro de José Ángel Cilleruelo.Quien lee Becqueriana tiene que entregarse al libro como quien vuelve la cabezapara saludar de lejos a una escritura tópica, reconocida ahora sin el adobo de época;porque, para empezar, aquel diálogo entre “yo” y “tú” que apartaba del ruidodel mundo a los protagonistas de Bécquer queda ahora diluido en otro juego deidentidades heterogéneas y nebulosas que se suceden sin promesa de continuidad.A veces habla un hombre; a veces, una mujer; a veces, todo queda sellado por ladiscreción y la dulzura de un ambiente que parece haberse contagiado –como “losinvisibles átomos del aire”, de aquella rima del sevillano– de la poderosa presenciadel amor en sus más favorables estadios (ilusión adolescente, pasión, incertidumbre,deseo incipiente…), tal como si no se quisiera continuar más allá para noatravesar una puerta oscura y dar con otras caras del amor, también presentes en laobra de Bécquer pero de las que aquí no se da razón: la pesadumbre, la desilusión,el desengaño.Así pues, hay en Becqueriana un haz de historias larvadas que se inician unay otra vez en distintos espacios y nunca traspasan los límites de una zona frutaly luminosa. Eso parece ser lo único importante, parece confiarnos –siguiendo eldictado de aquella rima IV de Bécquer- quien narra todo: en cualquiera de sus

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