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nayagua

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do y plural en los amaneceres inhóspitos e impasibles del mes de abril, ese al quecantó T. S. Eliot con palabras que me resuenan cada primavera: “Abril es el mesmás cruel...”, ¿recuerdas, lector?), el concepto de que uno es el que es y sanseacabó,no me atrae de Whitman. Comprendo sus intenciones; como Antonio Gamoneda,sin embargo, las califico de erróneas. El yo caprichoso, el individuo todopoderoso,no es sino un centro de poder magnífico y castrense. Fundamentado en la creenciade que uno es quien es (y no otros, propiciados por los avatares de la vida), ese yowhitmaniano se me aparece como el consumidor o comprador confiado de la estabilidadde sus gustos, o el feligrés convencido de la inmortalidad de sí mismo (ode su alma, llámeselo como se prefiera), o el directivo que vela por el buen caminarde su empresa, ese que en los aeropuertos toma un avión con la seguridad de quesabe lo que hace, de que su destino es manifiesto e indubitable.Que la poesía de Whitman ha hecho mella en muchísimos lectores y escritores,contemporáneos o posteriores, no es difícil de probar. Piénsese en Gerald Stern(acaso el más whitmaniano de los poetas contemporáneos), pero, antes que él, estánAllen Ginsberg, Ezra Pound, C. K. Williams, Galway Kinnell o Robinson Jeffers,por invitar tan solo unos pocos a este festín de cánticos. Incluso en las seriestelevisivas actuales (al igual que en el ejemplo cinematográfico al que aludíamosantes) detectamos la huella de Whitman: en Breaking Bad, su protagonista, WalterWhite (fácil es ver que Walter White es Walt[er] Whitman, pero ¿no es este apellido,White, también una forma abreviada de Whitman, que acaso fuera en siglospretéritos Whiteman?), lee Hojas de hierba en diversos momentos de la serie, e inclusovarios de los capítulos llevan por título los de poemas del bardo americano.Hay quien asegura también que la transformación personal y la fijación que tieneen la mejora paulatina de su obra y su legado (en forma de metanfetaminas) sonparalelas a la figura del poeta, siempre en mutación, y la de su obra, en permanentedesarrollo. En cualquier caso, más allá de estas menudencias, no hay duda de quela obra y la figura (el mito, también) de Walt Whitman están vivos y coleando en laimaginería estadounidense de hoy.Y volvamos, ahora sí, al comienzo, pues no habrá pensado el ávido lector quenos habíamos olvidado ya del juego con el que partimos. Destapemos ya la cajaque contiene el acertijo. Son estas las tres versiones de “Song of Myself” (fragmentariaslas tres: leamos las dos primeras estrofas de la primera parte del poema),una es de León Felipe, otra la de Eduardo Moga y la última de Jorge Luis Borges,aunque no necesariamente en ese orden:247(1) “Canto de mí mismo”: Yo me celebro y yo me canto, / Y todo cuanto es mío tambiénes tuyo, / Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca. // Indolente yocioso convido a mi alma, / Me dejo estar y miro un tallo de hierba de verano.

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