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nayagua

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224Pero la palabra que resuena no es solo la de Velasco. Reverberan también lascitas: en ellas van de la mano los textos religiosos, el pop y el dance, de maneraque actúan en ocasiones como los bajos de drum and bass que sostienen la melodíadel poemario o como la banda sonora original de algunos poemas. Prueben, porejemplo, a poner el tema “Welcome, Ghosts”, que es a su vez la cita del poema“Lectura de la primera epístola a los fantasmas”, mientras leen este último enalto. Acompasen intensidades de música y palabra y verán cómo lo que era citaenvuelve ahora el poema. Comprobarán que no es difícil sentirse en este casocomo ante una partitura de Satie con sus maravillosas indicaciones al pianista:“baile interiormente”, “ríase sin que se sepa”. En definitiva, no hay órgano eneste libro, pero sí un efecto de reverberación que envuelve al lector como al entraren una iglesia… o en un polideportivo.Los propios fantasmas, los miedos y la ausencia ocupan un lugar destacadoen una obra que investiga en lo formal sin huir de la introspección. Así, el poetahabla a sus fantasmas para explicarles que, por mucho que lo intenten, ya nopueden hechizarlo, puesto que su casa está deshabitada (“no debes regresar almonzón de los pasillos abrir esa puerta sí esa puerta una habitación una camadeshecha otra puerta otra cama deshecha vacía simplemente”), y sin embargo“insistes como si tu cometido fuera el acecho / de aquello que no se ve pero todavíase intuye”. Los fantasmas, claro, tienen turno de noche, puesto que es esteel lugar que mejor acústica ofrece a las ausencias: “Ahora escucha cómo carece devoz lo ausente”. O, como se afirma en esa suerte de evangelio apócrifo, El evangeliosegún Isma: “cuando una casa queda vacía / una Hermosa ciudad desolada/ florece”.Continúa Velasco paseándonos por esos títulos que parecieran a menudoescogidos por Magritte por lo dislocados; aparentemente desnatados, perocon una esencia jugosa: Y es que, ¿se imaginan tener un doble para las escenasarriesgadas de la vida? ¿Un especialista que soportara la violencia de la intensidad?Daniel San –nos dice el siguiente título– lo tiene, y gracias a él no sufreen las escenas violentas. Nosotros, lectores, sabemos sin embargo que no somosDaniel San ni nuestra vida es Karate Kid, que corremos cada riesgo por nosotrosmismos y morimos varias veces para resucitar cuando menos lo esperamos. Poreso las “gallinas a la intemperie” nos picotean a nosotros, que estamos siempre“como a punto de decir” y nos obstinamos en edificar en el terreno movedizode una playa “como el acanto frente a la conversación del oleaje”. Encontramosotro de los motivos del libro: esa lucha por conservar la memoria de las cosasy “sujetarlas a ley de permanencia”, como apunta la cita de Rosales que casiinaugura el libro.

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