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nayagua

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abejas zumbando en las flores de olivo, porque “Tanto tiempo buscando el camino/ hacia lo no-pensado… / ¡La cola del gato lo señala!”. La cola del gato indica loinmediato. Ahora. De la misma manera, lo puede hacer el poema, entendido comopredisposición, como actitud receptiva y quizás como sanación. La sanación –o almenos la expresión– de una herida común sobre la que andamos la mayoría de lasveces con el caparazón de nuestra ansiosa identidad. De ahí la apertura que proponen,como conductos, los poemas: de lo propio a lo ajeno, de la mente al gesto, dela de Ludovico a Hadewijch, de la tinta a la sangre.A partir de aquí, la voz se convierte en eco en la galería que nos conduce aun hipotético origen, a un posible antes de escupir la lengua en el mundo. Se nospresentan los sidermitas: “Eran una / sola resonancia / de infinitas voces / retumbandoen el caos.” Origen balsámico para nuestra desarraigada estirpe, parael desamparo, para esta lengua herida con cuyo dictado nos hemos cubierto de explicacionesrazonables, de nombres para el fuego. De la mano de los sidermitas, senos invita a soltar la cuerda, a saltar, a retornar “al oscuro principio / de la llaga”,donde no hay gramática para el instinto. Hay transparencia. Hay eco. Y el eco haceresonar en nosotros la herida de todos, porque “traspasa / e impulsa / adentro dela córnea / la extraña coincidencia / de lo desemejante”.Desprendida la conciencia, se produce el balbuceo. En los balbuceos de la terceraparte del poemario, la estructura entrecortada da lugar a otro tipo de expresiónmás dilatada. Como nos enseña Chantal Maillard a través del tejido en confecciónque conforman sus libros, todo viaje es también –y sobre todo– un viaje lingüístico.Hallamos aquí los ecos de Friedrich Nietzsche y el caballo de Turín, Celan y elpuente de Mirabeau, Friedrich Hölderlin, a las orillas del río Neckar, y su alusiónal balbuceo de los niños pequeños: “pallaksch, pallaksch”. De nuevo, la escritura deMaillard se convierte en reescritura, en túnel: “Si viniera, / si una mujer viniera,ahora, / si una mujer viniera al mundo con / la espiga de luz de / las matriarcas:debería / si hablara / de este / tiempo / debería / tan sólo balbucir, balbucir / yasí tal vez / tal vez así / asíasí / tal vez”. Se cuelan también en el texto unos balbuceosantiguos que, en este ejercicio conectivo al que nos tiene habituados la autora,adquieren ahora otro lugar, otro tiempo, otro sentido: “La fe de los comienzos, no./ El perdón / no. / Sólo / el balbuceo”.Pero estos no son los únicos ecos que encontramos. Más importantes son lasresonancias de los genocidios de Namibia, Armenia, Ucrania, España, la Franja deGaza; o las masacres de los vietnamitas, camboyanos, kurdos, serbios, argelinos,haitianos, tutsis y hutus, guatemaltecos, libaneses y palestinos. Acontecen en eltexto, bajo la forma de una enumeración sin concesiones, mutilaciones, torturas yvejaciones silenciadas. Todo ello con el beneplácito de “la esclarecida Europa” y ennombre de sus discursos. Convergen, en el mismo espacio, genocidios, matanzas,201

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