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nayagua

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para la romería de Steve Jobs”), y luego hace dialogar a Marguerite Yourcenar conAdriano en un vagón de Amtrak, mientras que el no-amor conduce rápido a losumbrales de la muerte.En una Nueva York “gorgona amoral” “que pide oraciones sin credo” y que“tiene su propia biblia, / su apocalipsis y su investidura de dolor” se renueva inevitableel recuerdo del conterráneo García Lorca y se hace palpable su ausencia:“He venido a buscarte. Tu angustia que fue mía / he venido a buscarla. / La luzcontra el acero / reza, sola, por ti”. (“¿Dónde están las iguanas?”).A la consigna, que es siempre la misma, “Corre, sal, vive, vuela. / Los poemasson solamente cápsulas, ( aditivos, morfinas, antibióticos” (“El fantasma de Evergrrens”),suceden los cameos de dos poetas Emily Dickinson (“Ojos color Jerez”) yPhilomela Hastings con su nombre de ruiseñor mítico y su total dedición (“Amarásel Poema sobre todas las cosas, / amarás tu poema algo más que a ti misma” en“Metapoesía”); junto al recuerdo-homenaje del artista Paul Bowles, cuya tumbayace cerca del lago Seneca y lejos de su Jane.El poemario llega a su término y Luque se interroga sobre el papel de los penútlimosviajeros, cuya afición al periplo debe contar con la caprichosa indefinición eincertidumbre de un mundo que se quiere nómada (“Tumba en el lago Seneca”).Como apuntábamos al comienzo, este último libro de la poeta almeriense es ala vez personal, extremadamente personal y político, esencialmente político, por suenraizarse en la más completa y compleja cotidianidad, representada en su dúpliceescenario, mediterráneo y metropolitano. La palabra de Luque se desliza hábilmenteentre pasado y presente, preclásico y postmoderno, “lysimeles, glykypikros”como un Negroni, pidiéndonos una lectura pausada, epicúrea de cada uno de losinstantes que llenan nuestra, aparentemente antilírica, existencia.Luque es la gaviera que nos conduce hacia el horizonte con mirada firme yescrutadora, a través de “las diferentes túnicas azules / que va estrenando el mar”(“Variación sobre un tema muy antiguo”).En conclusión no podemos sino concordar con la afirmación juanramoniana dela poeta, según la cual “El nombre de las cosas fue cosa de las musas” (“Las errantes”).Por eso, recitamos al unísono con ella sus definitivas palabras: “Muerta quisieraestar [...] cuando deje de amar a las palabras / como esas diminutas criaturassorprendentes / y danzantes que son” (“Variación sobre un tema muy antiguo”).Carpe librum.199

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