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nayagua

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202campos. Pero no aparecen en su dimensión conceptual, sino por medio de unaconcreción demoledora (ya habíamos sido advertidos en la primera parte: “Oídme.Hablo / de cosas muy concretas”) e intercalados con una constante interpelación allector y a quien escribe. ¿Los recordamos? Y, si es así, ¿nos sentimos concernidos?Las cifras del horror parecen directamente proporcionales a su espectacularizacióny, por tanto, a nuestra no implicación. La abstracción es un eximente: “Lalengua inventa expresiones, lugares comunes: ‘genocidio’, ‘exterminio’, ‘masacre’,‘desastre’ para disimular en el concepto lo que de ella se desborda”. La violenciay el hambre no se nos escatiman en esta amalgama de seres que se superponen yque nos conducen a una lengua temblante, con dificultades para decir el dolor.De ahí el balbuceo, con la herida al filo de la lengua. A salvo, quedan los animales(tigres, elefantes, ballenas, aves, lobos, reptiles, panteras…), que se convocan denuevo como posibilidad de remisión, de tregua, de reinserción en el caos. Y es quela violencia del animal en su lucha por la supervivencia nada tiene que ver con ladel ser humano: “Ninguno (…) esclaviza a otro por provecho o diversión, ningunoencarcela a otro para contemplar las piruetas que da tratando de hallar salida. Lacrueldad no son las fauces del tigre en el cuello de una gacela, no, la crueldad esmoral, y la moral es humana. La estupidez también”.En Hilos (Tusquets, 2007), el foco principal de observación se situaba en la mentey sus vaivenes. Cuál era el personaje anónimo que, en la segunda parte del poemario,trataba de hallar un cauce al sofoco planteado en la primera. La herida en lalengua nos invita ahora a una observación en la que lo singular (“el dolor siempreacude en singular”) vuelve a elevarse al terreno del poema. Un poema que diga elHambre, reivindica la autora. Un poema que nos concierna. “Yo no soy inocente.¿Lo es usted?”, nos espetaba la voz de Matar a Platón (Tusquets, 2004). Así nos increpabatambién el poema Escribir, bajo la forma de una herida convertida en llantoy en grito: “abrid los ojos: ¡ved! / es tan terrible vivir / ¡quien sobrevive saluda! /morituri somos todos”. En este nuevo volumen, Chantal Maillard nos ofrece otraexcelente muestra de una escritura hacedora de la que, si recorremos con ella caminohacia la extrañeza y la compasión, no saldremos indemnes. Porque, tras haberlepuesto interrogantes hasta al vacío –¿ ?– (la maleta, aunque llena de vacío, siguepesando), se impone un retroceso: “Desandar lo andado”. Antes.

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