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nayagua

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formas, el amor siempre se está presentando triunfal en alguna parte; y con él,la poesía.Esta sucesión sin orden de escenarios e identidades consigue un relato sugerentede piezas desconectadas entre sí (de “astillas”, sí), bocetos luminosos que parecenser lo único que el autor desea dejar temblando para dar constancia del magmahirviente de donde nace el poema. Es como si Cilleruelo se viese estimulado poruna necesidad de reconstruir aquel código literario y sentimental de plenitud queformaba parte natural de la ideología cargada de intimidad del sevillano. Emergeasí, como marco del amor, una escenografía propia de la actualidad (un cine alaire libre, un restaurante, una discoteca, un aula escolar, la boca de un metro) quesustituye a aquella otra hecha de ruinas, desvanes, callejas y húmedos cementerioscon lápidas sin nombre; aunque, alguna vez, la inercia ambiental de estos textosvuelve a poner énfasis en lo mortecino, lo entregado a la incuria del tiempo (“Lasruinas del molino se reaniman con nuevas lecturas (…). Y estrechan la enredaderaque cubre su ausente tejado para ofrecer mayor intimidad”).Pero no se trata solamente de recuperar una mise en scène becqueriana –que heredaroncon júbilo y convicción inicial, por cierto, modernistas y simbolistas comoDarío, Lugones o el mismo Juan Ramón– sino que fluye en Becqueriana un cursosubcutáneo donde se reconocen, desperdigados, otros ejes mayores del mundopoético becqueriano. Cuando se inicia la lectura del texto número 25 (“Duranteesa hora extraña del inicio de la tarde, cuando la razón cae en un insípido duermevelay las palabras rezongan entre sí, atropellándose, crispadas, qué sé yo, entoncestomo la mano del sinsentido y la acaricio […] como levitando sobre su pielincomprensible”), ¿no resuena de inmediato aquel inicial texto programático deBécquer que encabezaba con peso decisivo sus Rimas? Así también irán desfilando,embutidos en cada pasaje, conceptos de un romanticismo nada complacientecon lo estrictamente sentimental. Como en el de Bécquer, hay en el libro de JoséÁngel Cilleruelo evocaciones de lo fragmentario y lo volátil, de lo enigmático (“Loenigmático se esconde en las pequeñas liturgias del día […] Lo desconocido nosacompaña. Está en nosotros”), de la insuficiencia del decir y, en consecuencia, delsilencio como verdadera expresión (“Tenemos tanto que decirnos que elegimos elsilencio”. “Tenemos tantas cosas que contar que nos quedamos en silencio”), delpoema como trasunto del cuerpo (“Pero donde más me gusta escribir poemas essobre unos labios”), de la propia creación como tema de escritura. Y del olvido.Pero si uno decidiese elegir un motivo del Romanticismo esencial que perviveaquí con tenacidad determinante, ese sería el del Ánima Mundi de los románticosen plenitud. Todo en Becqueriana, en su rumor de murmullo universal, se alza pararendir tributo al sentimiento inefable del amor, identificado con la poesía; en especial,tiene mucha presencia el mundo vegetal, que adquiere voz musical (“Las173

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