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nayagua

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204el título de su poemario, Ceremonias del barro y que resumió en su sucinta (no esPérez Walias poeta reflexivo, sino intuitivo, poco dado al ensayismo o a poner enpalabras devaluadas por la lógica lo que se presintió de modo inefable) “Poéticapara un alfarero”: “A través del fuego / y de la sangre / el barro se transforma, /como cada amanecer de abril, / en la visión vertical del alma / o en la quietud delpájaro”. En esta búsqueda de una imposible perfección lingüística, Pérez Waliasrecurre a un léxico escogido (el “glauco silencio”) y a una imaginería preciosista(“la gacela del alba”) que a veces lo lleva a un manierismo de la dicción, en poemascomo “Palimpsesto”, por fortuna tan ausente de sus obras posteriores como losfinales declamatorios de poemas como “Paisajes” o “Cristalino”, de Ceremonias delbarro (1988) y A este lado oscuro del cauce (1992), respectivamente.Seguramente sea Cazador de lunas (1998) el poemario que marca la aperturahacia la obra más interesante y personal de Pérez Walias. Construido sobre unafigura mítica, la del cazador de lunas, procedente de Rafael Pérez Estrada, se adecúaa la perfección a la visión del sujeto poético como solitario “cazador de ilusionespoéticas” que hagan cobrar valor a los instantes pues “al fin todo es tránsito”.Frente a la exaltación de los poemarios anteriores, es éste un libro logrado en unapoética de la intimidad, de lo interior, como dicho en voz baja hacia unos pocosseres queridos y familiares. No en vano, el siguiente poemario, Versos para Olimpia,está dedicado desde su título a la hija del poeta, y la obra de Pérez Walias contiene,“como un río de mercurio preñado bajo la tierra”, una historia de familia que seintenta eternizar.Y es que, como ha sabido ver Eduardo Moga en sus páginas prologales, hay“una obsesión que persigue a Javier Pérez Walias y a su poesía: la recuperacióndel pasado”. En efecto, la imantación hacia los días imposibles de recuperar, yapresente en su poesía juvenil, no hace sino cobrar fuerza en sus libros posteriores.Con un acento a veces casi proustiano en su ambición, Pérez Walias se siente atraídoindefectiblemente “hacia el universo de la memoria / aún hoy por escribir”,y refleja a un sujeto, aludido como “este hombre” en Versos para Olimpia (2003),caracterizado por su “mirada hacia atrás” y su “mirar antiguo”, con las retinas impregnadasde personas y sucesos ya lejanos, cuyos signos rastrea, consciente, esosí, de lo imposible de una aprehensión como la vez primera, por lo que su mirada,si es nostálgica, no es elegíaca al modo de otros autores ese hombre que, según seexpresa con cierto sarcasmo, “anda decapitando elegías”. Si somos, como decíaJuan Ramón Jiménez en verso que aparece como epígrafe, significativamente, dedos poemas de Pérez Walias, “fuga raudal de cabo a fin”, la poesía serviría paraprolongar los momentos memorables, de lograr esa Largueza del instante, que datítulo al poemario que, seguramente, inicia la época más interesante de la obra dePérez Walias.

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