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nayagua

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216Algunas noches, cuando el día ya ha exterminado casi todo aquello con lo quenació nuevo, al alzar la mirada vuelvo a ese poema que cierra el libro. Lo hagoporque lo necesito, porque tal vez ese “balancearte en esta prisión de intramurossobre la doméstica métrica del infierno” no sea otra cosa que la forma de la esperanzaconocida que me sostiene para afrontar cada paso venidero, la permanenciade esa herencia que me gustaría otorgar a mi hijo y a su futuro mundo, el aleteoincesante del presente que todavía palpita dentro de mí y me recuerda que deboestar vivo y convencido de estarlo, que no puedo renunciar a aquello que el tiempono anega por completo y que mantiene la ilusión del camino, la bella ilusióndel lenguaje, las fabulosas posibilidades de la poesía y su particular sabiduría.Leyendo a punto de oscurecer, me conmueve el nacimiento diurno de esos versos,ese luminiscente fenómeno, ebrio entre las palabras del poeta desde hace algunashoras. Parece que amanece a su vez en la hoja en blanco aunque oscurezca afuera.Este poeta construye algo similar a esa luz del amanecer límpido, pero con palabrasy música, con el diapasón del lenguaje, la pausa y la consciencia del tiempo.Las Lecciones de tiempo de Antonio Tello están llenas de eso: de una elección literaria–estética– que alberga un planteamiento ético que siempre nos acerca a la vida,a eso que él nombró como el ser humano en su poemario Nadadores de Altura: “quees carne que sueña, sustancia que siente la pesadilla, materia propensa al placerque el miedo a morir le descubre el dolor”.Para el lector que no se haya adentrado nunca en la poesía de Antonio Tello serásorprendente la claridad, la transparencia con la que las palabras se entremezclancon su música particular, el dominio del lenguaje poético, de los silencios, la elipsis,la recurrencia, la repetición, el verso que se quiebra, su original modo de construirel ritmo, de acercarse a la esencia de cada poema. Son fascinantes las estructuras desu discurso, como si la filosofía pudiera tener una forma más hermosa y verdaderaque la prosa ensayística, y surgiera en esa cumbre melódica y rítmica. Está hecha deembriaguez vital. A veces he tenido la sensación de encontrarme con aforismos deslumbrantes,con el suspiro de un haiku que aglutina en su seno la intensa revelaciónde la imagen poética, como si fueran unas cuantas notas que dibujan con su melodíade palabras, con la diferencia fundamental, y su ventaja más determinante, de quela estructura poética que utiliza para la composición, las palabras que conforman elcamino del tiempo, otorgan la fuerza verbal, bella y arrolladora, de los versos. Lafilosofía, aún cuando pueda hallar el latido vivo de esa música hecha de palabras enla que confluye el tiempo, como si el tiempo tuviera esa forma concreta del poemao el texto, una conciencia que recibe herencia y proyecta futuro a la vez, quedaríaexangüe e incapaz de provocar esa sensación literaria: que la elección de esa escrituray esas palabras y ese sentido, conforman en sí mismo el camino, lo construyende alguna forma aunque no sea más que un intento obcecado de acercarse a esapalabra: el Tiempo. La filosofía lagrimea ante tanta belleza.

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