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nayagua

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212atardecer y el fucsia de algunos árboles nos recortaba los ojos y los preparaba parala noche larga, el vino entre amigos. Miriam me leyó Haz lo que te digo cuando aúnno era del todo el libro que hoy podéis tener entre las manos, pero era ya todo lobueno del libro que podéis tener entre las manos.En la presentación de Madrid de Haz lo que te digo, hablé sobre la narrativa deeste poemario. Discutimos un rato sobre este término, que se juzgó quizá equivocadoya que la construcción poética de Miriam es algo que va más allá de todo relato.Es cierto, pero yo provengo de la narrativa, y la narrativa es, para mí, un modo deentender la palabra, de enlazar un símbolo con otro, algo natural como agua quecae del cielo si hay lluvia. Por supuesto no hay trasvase de géneros en Miriam Reyes,si acaso de materias, de formas de pensamiento, pero no de género: su palabrapertenece a la poesía y viceversa. Y aún así, vuelvo a hacer hincapié en lo que dije,desde mi humilde forma de entender la letra como motor de movimiento: Haz loque te digo me cuenta una historia, una historia que va más allá de la anécdota, deese rasguño del muslo que ya cicatrizó, de esa ventana abierta por donde pudimosasomar la cabeza y ver la sábana manchada que no queríamos ver. Con la eleganciaintrínseca de los buenos poetas, con la solvencia casi inalcanzable del dominioexacto de la intención semántica, de la sintaxis amordazada por el símbolo, de lasuavidad del ritmo, de la brusquedad del ritmo, Haz lo que te digo cuenta una historialarga como el tiempo, larga como una extensión de tierra yerma, una historiaredonda y absoluta que va abriéndose ante mí con cada poema, el agujero cada vezmás ensanchado, los ojos cada vez más grandes por el asombro (así que esto es loque estoy viendo, así que esto es lo que sé ahora), cada vez el muro perforado, elcírculo perfecto por donde cabe ahora mi cabeza, ahora ya mis hombros, por dondeme deslizo al darme cuenta de que sí, de que Haz lo que te digo me ha contado lahistoria, la larga historia del amor, la historia redonda y turbia de la distancia, larevelación dolorosa y aguda de la identidad: esa metamorfosis imperfecta que secuece como lava a lo largo de la vida y que finalmente, tras recorrer los kilómetrosde piel, de galaxia, llega de nuevo al centro, al bruto y despiadado concepto del yo,de la nada, la lúcida conciencia de la desolación.La lucidez. La clarividencia. Ese don lo tiene Miriam desde el principio, esacapacidad no ha hecho más que agudizarse. Hay una fragilidad nueva en sus poemas,y es para mí la falsa fragilidad del cristal cada vez más pulido, más embellecido,el cristal con los recursos del diamante. “Lo que no nos hacemos se apila /en los rincones como una montaña” no sé si son versos escritos a borbotones, en elmomento caliente de la búsqueda. No lo parecen. Parecen versos puestos a secar.Los versos de la paciencia, de la mirada potentísima de la experiencia. Los versosesculpidos en la piedra cuando ya la piedra se ha mojado hasta el naufragio. “Loque no nos hacemos” no admite posibilidad, no admite duda. Miriam Reyes no

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