que se abrió esta reseña, por ese otro poema, singular y conmovedor, que es “Glidingo’er All” o, en versión de Eduardo Moga, “Deslizándome por todo”:Deslizándome por todo, a través de todo,de la Naturaleza, el Tiempo y el Espacio,como un barco que avanzara por el agua,el viaje del alma –no solo la vida,sino la muerte, muchas muertes– cantaré.[Déjame, lector cómplice, que te confíe un pequeño secreto: Moga escribe el “solo”del verso cuarto con tilde diacrítica (es decir, “sólo”), lo cual me hace pensar, conociendosu esmeradísima ortografía, incluso en contextos informales, que comenzóa redactar sus traducciones de Whitman hace mucho tiempo, años incluso, antes,me aventuro a decir, de la nueva norma académica, la implantada en 2010, o sea,pues hoy día me consta que se guía por esta, esto es, ya no escribe tildes diacríticasen palabras tónicas; pero no nos desviemos de nuestro propósito inicial]. Se diceque Whitman es el cantor de la sensualidad, de los cuerpos, de la vida natural. Sedice, y es cierto: sus poemas lo atestiguan. Sin embargo, a mí me impacta muchomás este otro que he escogido ahora y que Moga tan sutilmente revierte a nuestralengua común: cantaré la vida, nos revela Whitman, sí, pero también la muerte. Nouna en particular [no solo llorará la muerte de su querido y admirado AbrahamLincoln, como hace en ese poema que hizo famoso para el siglo xx la película El clubde los poetas muertos protagonizada por Robin Williams, un actor polifacético dondelos haya, en chocante y no poco irónico contraste con el trasfondo de ese poema,“¡Oh, Capitán, mi Capitán! Ha terminado el proceloso viaje. / El barco ha salvadotodos los escollos, y hemos ganado el premio que perseguíamos. / El puerto estácerca, ya oigo las campanas, la gente proclama su júbilo. / A la firme quilla siguenlos ojos, al navío porfiado y audaz. / Pero, ¡oh, corazón, corazón, corazón! / Oh,rojas gotas de sangre / donde, en cubierta, yace mi Capitán, / frío y muerto”, queMoga se apresura a señalar en su exhaustiva introducción al volumen como, acaso,el menos whitmaniano de los poemas de Whitman, por estar compuesto con versosmedidos, lo que le impregnan un aroma a clásico, a foráneo en su producciónlírica], sino que cantará, más que ninguna otra, su propia muerte.Nada hay de paradójico en esta afirmación anterior: cantar las varias muertesde uno responde al hecho de que uno no es uno: más bien, uno es varios. A lasmientes se me vienen varios Whitmans: el Whitman cantor del yo, o el Whitmandemócrata fervoroso que asiste, en el umbral, al nacimiento de una nación, a un experimentopolítico y social en un mundo nuevo, alejado del pasado, tan ominoso,de la viejísima Europa, o el Whitman lleno de optimismo trascendental a la Emerson,ese en el que lo patriotero se mezcla con lo idealista, en el que las ristras dedescripciones, de elementos naturales o de objetos se suceden interminablemente245
246en los versos como si el propio Whitman hubiese sido invitado al mismísimo Edény estuviese dando cuenta de lo que allí se ha encontrado, observándolo todo conlos ojos abiertos y la mirada atenta, pendiente del detalle que confiera sentido a ungesto, a una palabra, a un anhelo.Pero también podemos referirnos a otros Whitmans: sin ir más lejos, al que, enbusca de su hermano herido en batalla, opera como enfermero durante la guerra civil,o de secesión, como quiera denominarse, una guerra que divide en dos a un paísque aún no ha llegado a su adolescencia histórica, si se me permite el símil, una guerraque, incluso hoy, mantiene a algunos estados del sur con su orgullo confederadointacto (impacta contemplar la bandera sudista ondeando en los edificios gubernamentalesdel Sur, junto a la correspondiente bandera estatal y la federal (la de las barrasy las estrellas, o sea), una contienda que trastoca el glorioso porvenir de ese idealllamado América y lo revierte a un estadio primitivo, asesino y doliente, de persecucionesy matanzas indiscriminadas, de linchamientos y barbarie. Recomiendo buscara este último Whitman en la sección Redobles de tambor, cuyos poemas son trágicos ycrudos, sin el más mínimo atisbo de autobombo o patrioterismo: pareciera que estenuevo Whitman, conmocionado, buscase en el baúl de su idiolecto las expresionesque aprendió cuando se dedicó al periodismo o la crónica, envolviéndolo los poemasen un luctuoso tono elegiaco. Ya no hay naturaleza inabarcable con las palabras, nivergel paradisíaco que llene el alma de esperanzas, sino estampas litográficas robadasa un momento cualquiera, al alto que hace un regimiento en su marcha al frente,a la vigilia junto a un soldado que a la mañana siguiente irá a la batalla, al hospitalde campaña en el que fue él mismo curador de heridas (hecho este al que le dedicaun poema entero, desgarrador) y al buscar el camino entre los bosques, iluminadospor antorchas y pendientes de una emboscada. Este Whitman, desconocido hasta elestallido de la guerra fratricida, es el mismo que canta estos versos:Mucho, demasiado tiempo, América,llevas viajando por caminos llanos y tranquilos, yaprendiendo solo de las alegrías y la prosperidad.Pero ahora, oh, ahora has de aprender de las crisis deangustia, y avanzar, y enfrentarte al destino máscruel, sin retroceder,y concebir y enseñar al mundo lo que son realmente tushijos en masse(porque, ¿quién sino yo ha concebido lo que sonrealmente tus hijos en masse?).¿Entiendes ahora, lector, por qué me llama la atención –poderosamente, además–esta visión de un Whitman cantor de vidas y de muertes? La idea de un yo único,mostrenco, más cercano al adoquín o el ladrillo que a la fluidez del vivir (y, dentrode este, el ir muriendo y volviendo a la vida a cada poco, o el descubrirte renova-
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