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Enchiridion Symbolorum (Denzinger).pdf

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corona de justicia que el Apóstol decía tener reservada para sí después de su combate y<br />

su carrera, que había de serle dada por el justo juez y no sólo a él, sino a todos los que<br />

aman su advenimiento [2 Tim. 4, 7 s]. Porque, como quiera que el mismo Cristo Jesús,<br />

como cabeza sobre los miembros [Eph. 4 15] y como vid sobre los sarmientos [Ioh. 15,<br />

5], constantemente comunica su virtud sobre los justificados mismos, virtud que<br />

antecede siempre a sus buenas obras, las acompaña y sigue, y sin la cual en modo<br />

alguno pudieran ser gratas a Dios ni meritorias [Can. 2]; no debe creerse falte nada más<br />

a los mismos justificados para que se considere que con aquellas obras que han sido<br />

hechas en Dios han satisfecho plenamente, según la condición de esta vida, a la divina<br />

ley y han merecido en verdad la vida eterna, la cual, a su debido tiempo han de alcanzar<br />

también, caso de que murieren en gracia [Apoc. 14, 13; Can. 32], puesto que Cristo<br />

Salvador nuestro dice: Si alguno bebiere de esta agua que yo le daré, no tendrá sed<br />

eternamente, sino que brotará en él una fuente de agua que salta hasta la vida eterna<br />

[Ioh. 4, 14]. Así, ni se establece que nuestra propia justicia nos es propia, como si<br />

procediera de nosotros, ni se ignora o repudia la justicia de Dios [Rom. 10, 3]; ya que<br />

aquella justicia que se dice nuestra, porque de tenerla en nosotros nos justificamos [Can.<br />

10 y 11], es también de Dios, porque nos es por Dios infundida por merecimiento de<br />

Cristo.<br />

Mas tampoco ha de omitirse otro punto, que, si bien tanto se concede en las Sagradas<br />

Letras a las buenas obras, que Cristo promete que quien diere un vaso de agua fría a<br />

uno de sus más pequeños, no ha de carecer de su recompensa [Mt. 10, 42], y el Apóstol<br />

atestigua que lo que ahora nos es una tribulación momentánea y leve, obra en nosotros<br />

un eterno peso de gloria incalculable [2 Cor. 4, 17]; lejos, sin embargo, del hombre<br />

cristiano el confiar o el gloriarse en sí mismo y no en el Señor [cf. 1 Cor. 1, 31; 2 Cor.<br />

10, 17], cuya bondad para con todos los hombres es tan grande, que quiere sean<br />

merecimientos de ellos [Can. 32] lo que son dones de Él [v. 141]. Y porque en muchas<br />

cosas tropezamos todos [Iac. 3, 2; Can. 23], cada uno, a par de la misericordia y la<br />

bondad, debe tener también ante los ojos la severidad y el juicio [de Dios], y nadie,<br />

aunque de nada tuviere conciencia, debe juzgarse a sí mismo, puesto que toda la vida de<br />

los hombres ha de ser examinada y juzgada no por el juicio humano, sino por el de<br />

Dios, quien iluminará lo escondido de las tinieblas y pondrá de manifiesto los<br />

propósitos de los corazones, y entonces cada uno recibirá alabanza de Dios [Cor. 4, 4<br />

s], el cual, como está escrito, retribuirá a cada uno según sus obras [Rom. 2, 6].<br />

Después de esta exposición de la doctrina católica sobre la justificación [Can. 33] —<br />

doctrina que quien no la recibiere fiel y firmemente, no podrá justificarse—, plugo al<br />

santo Concilio añadir los cánones siguientes, a fin de que todos sepan no sólo qué deben<br />

sostener y seguir, sino también qué evitar y huir.<br />

Canones sobre la justificación<br />

Can. 1. Si alguno dijere que el hombre puede justificarse delante de Dios por sus<br />

obras que se realizan por las fuerzas de la humana naturaleza o por la doctrina de la<br />

Ley, sin la gracia divina por Cristo Jesús, sea anatema [cf. 793 s].<br />

Can. 2. Si alguno dijere que la gracia divina se da por medio de Cristo Jesús sólo a<br />

fin de que el hombre pueda más fácilmente vivir justamente y merecer la vida eterna,<br />

como si una y otra cosa las pudiera por medio del libre albedrío, sin la gracia, si bien<br />

con trabajo y dificultad, sea anatema (cf. 795 y 809).<br />

Can. 3. Si alguno dijere que, sin la inspiración previniente del Espíritu Santo y sin su<br />

ayuda, puede el hombre creer, esperar y amar o arrepentirse, como conviene para que se<br />

le confiera la gracia de la justificación, sea anatema [cf. 797].

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