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Enchiridion Symbolorum (Denzinger).pdf

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época en que la saludable virtud de la Iglesia penetraba, sin oposición de nadie, en todas<br />

las instituciones de la cosa pública.<br />

Del amor a la Iglesia y a la Patria<br />

[De la Encíclica Sapientiae christianae, de 10 de enero de 1890]<br />

Que los católicos tienen en su vida más y más importantes deberes que quienes o<br />

tienen idea falsa de la fe católica o en absoluto la desconocen, cosa es de que no puede<br />

dudarse... Después que el hombre ha abrazado, como debe, la fe cristiana, por el mero<br />

hecho queda sometido a la Iglesia, como de ella nacido, y se hace partícipe de aquella<br />

sociedad máxima y santísima, que los Romanos Pontífices, bajo la cabeza invisible,<br />

Cristo Jesús, tienen por propio cargo regir con suprema potestad. Ahora bien, si por ley<br />

de naturaleza se nos manda señaladamente amar y defender la patria en que nacimos y<br />

fuimos recibidos a esta presente luz, hasta punto tal que el buen ciudadano no duda en<br />

afrontar la muerte misma en defensa de su patria; deber mucho más alto es de los<br />

cristianos, hallarse en la misma disposición de ánimo para con la Iglesia. Es, en efecto,<br />

la Iglesia, la ciudad santa del Dios vivo, de Él mismo nacida y por obra suya<br />

constituída; y si es cierto que anda peregrina en la tierra, llama, no obstante, e instruye y<br />

conduce a los hombres a la eterna felicidad de los cielos. Debe, pues, ser amada la patria<br />

de la que recibimos esta vida mortal; pero es menester que nos sea más cara la Iglesia, a<br />

quien debemos la vida del alma que ha de permanecer perpetuamente; pues justo es<br />

anteponer los bienes del alma a los del cuerpo y mucho más santos son nuestros deberes<br />

para con Dios que para con los hombres.<br />

Por lo demás, si queremos juzgar con verdad, el amor sobrenatural a la Iglesia y el<br />

cariño natural de la Patria, son dos amores gemelos que nacen del mismo principio<br />

sempiterno, como quiera que autor y causa de uno y otro es Dios; de donde se sigue que<br />

no puede haber pugna entre uno y otro deber... No obstante, sea por la calamidad de los<br />

tiempos, sea por la mala voluntad de los hombres, se trastorna algunas veces el orden de<br />

estos deberes. Es decir, se dan casos en que parece que una cosa exige a los ciudadanos<br />

el Estado y otra la religión a los cristianos, y esto no por otra causa sucede, sino porque<br />

los rectores de la cosa pública o menosprecian la sagrada autoridad de la Iglesia o<br />

quieren que les esté sometida... Si las leyes del Estado discrepan abiertamente con el<br />

derecho divino, si imponen un agravio a la Iglesia o contradicen a los que son deberes<br />

de la religión, o violan la autoridad de Jesucristo en el Pontífice Máximo; entonces, a la<br />

verdad, resistir es el deber, y obedecer, un crimen, y éste va unido a un agravio al<br />

Estado, porque contra el Estado se peca, siempre que contra la religión se delinque.<br />

Del apostolado de los seglares<br />

[De la misma Encíclica]<br />

Y nadie objete que Jesucristo, conservador y vengador de la Iglesia, no necesita<br />

para nada de la ayuda de los hombres. Porque no por falta de fuerza, sino por la<br />

grandeza de su bondad, quiere Él que también de nuestra parte pongamos algún trabajo<br />

para obtener y alcanzar los frutos de la salvación que Él nos ha granjeado.<br />

Lo primero que este deber nos exige es profesar abierta y constantemente la<br />

doctrina católica y, en cuanto cada uno pudiere, propagarla... A la verdad, el cargo de<br />

predicar, es decir, de enseñar toca por derecho divino a los maestros, que el Espíritu<br />

Santo puso por obispos para regir a la Iglesia de Dios [Act. 20, 28] y señaladamente al<br />

Romano Pontífice, Vicario de Jesucristo, puesto con suprema potestad al frente de la<br />

Iglesia universal, maestro de la fe y de las costumbres. Nadie piense, sin embargo, que<br />

se prohibe a los particulares poner alguna industria en este asunto, aquellos

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