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Enchiridion Symbolorum (Denzinger).pdf

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celestial es perfecto por perfección de naturaleza, es decir, cada uno a su modo; porque<br />

no puede afirmarse tanta semejanza entre el Creador y la criatura, sin que haya de<br />

afirmarse mayor desemejanza. Si alguno, pues, osare defender o aprobar en este punto<br />

la doctrina del predicho Joaquín, sea por todos rechazado como hereje.<br />

Por esto, sin embargo, en nada queremos derogar al monasterio de Floris (cuyo<br />

institutor fue el mismo Joaquín), como quiera que en él se da la institución regular y la<br />

saludable observancia; sobre todo cuando el mismo Joaquín mandó que todos sus<br />

escritos nos fueran remitidos para ser aprobados o también corregidos por el juicio de la<br />

Sede Apostólica, dictando una carta, que firmó por su mano, en la que firmemente<br />

profesa mantener aquella fe que mantiene la Iglesia de Roma, la cual, por disposición<br />

del Señor, es madre y maestra de todos los fieles. Reprobamos también y condenamos<br />

la perversísima doctrina de Almarico, cuya mente de tal modo cegó el padre de la<br />

mentira que su doctrina no tanto ha de ser considerada como herética cuanto como loca.<br />

Cap. 3. De los herejes (valdenses)<br />

[Necesidad de una misión canónica]<br />

Mas como algunos, bajo apariencia de piedad (como dice el Apóstol), reniegan de<br />

la virtud de ella [2 Tim. 3, 5] y se arrogan la autoridad de predicar, cuando el mismo<br />

Apóstol dice: ¿Cómo... predicarán, si no son enviados [Rom. 10, 15], todos los que con<br />

prohibición o sin misión, osaren usurpar pública o privadamente el oficio de la<br />

predicación, sin recibir la autoridad de la Sede Apostólica o del obispo católico del<br />

lugar, sean ligados con vínculos de excomunión, y si cuanto antes no se arrepintieren,<br />

sean castigados con otra pena competente.<br />

Cap. 4. De la soberbia de los griegos contra los latinos<br />

Aun cuando queremos favorecer y honrar a los griegos que en nuestros días vuelven<br />

a la obediencia de la Sede Apostólica, conservando en cuanto podemos con el Señor sus<br />

costumbres y ritos; no podemos, sin embargo, ni debemos transigir con ellos en aquellas<br />

cosas que engendran peligro de las almas y ofenden el honor de la Iglesia. Porque<br />

después que la Iglesia de los griegos, con ciertos cómplices y fautores suyos, se sustrajo<br />

a la obediencia de la Sede Apostólica, hasta tal punto empezaron los griegos a abominar<br />

de los latinos que, entre otros desafueros que contra ellos cometían, cuando sacerdotes<br />

latinos habían celebrado sobre altares de ellos, no querían sacrificar en los mismos, si<br />

antes no los lavaban, como si por ello hubieran quedado mancillados. Además, con<br />

temeraria audacia osaban bautizar a los ya bautizados por los latinos y, como hemos<br />

sabido, hay aún quienes no temen hacerlo. Queriendo, pues, apartar de la Iglesia de<br />

Dios tamaño escándalo, por persuasión del sagrado Concilio, rigurosamente mandamos<br />

que no tengan en adelante tal audacia, conformándose como hijos de obediencia a la<br />

sacrosanta Iglesia Romana, madre suya, a fin de que haya un solo redil y un solo pastor<br />

[Ioh. 10, 16]. Mas si alguno osare hacer algo de esto, herido por la espada de la<br />

excomunión, sea depuesto de todo oficio y beneficio eclesiástico.<br />

Cap. 5. De la dignidad de los Patriarcas<br />

Renovando los antiguos privilegios de las sedes patriarcales, con aprobación del<br />

sagrado Concilio universal, decretamos que, después de la Iglesia Romana, la cual, por<br />

disposición del Señor, tiene sobre todas las otras la primacía de la potestad ordinaria,<br />

como madre y maestra que es de todos los fieles, ocupe el primer lugar la sede de<br />

Constantinopla, el segundo la de Alejandría, el tercero la de Antioquía, el cuarto la de<br />

Jerusalén.<br />

Cap. 21. Del deber de la confesión, de no revelarla el sacerdote y de comulgar por<br />

lo menos en Pascua

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