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Enchiridion Symbolorum (Denzinger).pdf

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propiamente la gracia de Jesucristo, la inspiración de la caridad por la que hacemos con<br />

santo amor lo que conocemos; que ésta es aquella raíz de que brotan las buenas obras;<br />

que ésta es la gracia del Nuevo Testamento, que nos libra de la servidumbre del pecado<br />

y nos constituye hijos de Dios; en cuanto entiende que sólo es propiamente gracia de<br />

Jesucristo la que crea al amor santo en el corazón y la que hace que hagamos, o también<br />

aquella por la que el hombre, liberado de la servidumbre del pecado, es constituído hijo<br />

de Dios; y que no sea también propiamente gracia de Cristo aquella gracia por la que es<br />

tocado el corazón del hombre por la iluminación del Espíritu Santo (Trid. ses. 6, c. 5 [v.<br />

797]), y que no se da verdadera gracia interior de Cristo a la que se resista, es falsa,<br />

capciosa, inductiva al error y condenada como herética en la segunda proposición de<br />

Jansenio, que por esta ha sido renovada [v. 1093].<br />

De la fe como gracia primera<br />

[De fide § 1]<br />

22. La proposición que insinúa que la fe, por la que empieza la serie de las gracias<br />

y por la que, como por voz primera, somos llamados a la salvación y a la Iglesia, es la<br />

misma excelente virtud de la fe, por la que los hombres se llaman fieles y lo son; como<br />

si no fuera antes aquella gracia que, como previene la voluntad, así previene también la<br />

fe (SAN AGUSTIN, De dono persev. c. 16, n. 41), es sospechosa de herejía, sabe a ella,<br />

fue condenada en Quesnel [v. 1377] y es errónea.<br />

Del doble amor<br />

[De grat. § 8]<br />

23. La doctrina del Sínodo sobre el doble amor, de la concupiscencia dominante y<br />

del amor dominante, que proclama que el hombre sin la gracia está bajo el poder del<br />

pecado y él mismo en ese estado inficiona y corrompe todas sus acciones por el influjo<br />

general de la concupiscencia dominante; en cuanto insinúa que en el hombre, mientras<br />

está bajo la servidumbre o en el estado de pecado, destituído de aquella gracia por la<br />

que se libera de la servidumbre del pecado y se constituye hijo de Dios, de tal modo<br />

domina la concupiscencia que por influjo general de ésta todas sus acciones quedan en<br />

sí mismas inficionadas o corrompidas, o que todas las obras que se hacen antes de la<br />

justificación, de cualquier modo que se hagan, son pecados —como si en todos sus<br />

actos sirviera el pecador a la concupiscencia que le domina—, es falsa, perniciosa e<br />

inductiva a un error condenado como herético por el Tridentino y nuevamente<br />

condenado en Bayo, art. 40 [véase 817 y 1040].<br />

24. Mas por la parte en que entre la concupiscencia dominante y la caridad<br />

dominante no se pone ningún afecto medio —afectos insertos por la naturaleza misma y<br />

de suyo laudables— que, juntamente con el amor de la bienaventuranza y la natural<br />

propensión al bien, nos quedaron como los últimos rasgos y reliquias de la imagen de<br />

Dios (SAN AGUSTIN, De Sprit. et litt. c. 28) —como si entre el amor divino que nos<br />

conduce al reino y el amor humano ilícito, que es condenado, no se diera el amor<br />

humano lícito, que no se reprende (SAN AGUSTIN, Serm. 349 de car., ed. Maurin.)—,<br />

es falsa y otras veces condenada [v. 1038 y 1297].<br />

§ 12<br />

Del temor servil<br />

[De poenit. § 3]

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