12.05.2013 Views

Enchiridion Symbolorum (Denzinger).pdf

Enchiridion Symbolorum (Denzinger).pdf

Enchiridion Symbolorum (Denzinger).pdf

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

fuerza de la autoridad del mismo Dios que habla, y que no puede jamás ser guiada ni<br />

perfeccionada de la razón humana.<br />

Ciertamente, la razón humana, para no ser engañada ni errar en asunto de tanta<br />

importancia, es menester que inquiera diligentemente el hecho de la revelación, para<br />

que le conste ciertamente que Dios ha hablado, y prestarle, como sapientísimamente<br />

enseña el Apóstol, un obsequio razonable [Rom. 12, 1]. Porque ¿quién ignora o puede<br />

ignorar que debe darse toda fe a Dios que habla y que nada es más conveniente a la<br />

razón que asentir y firmemente adherirse a aquellas cosas que le consta han sido<br />

reveladas por Dios, el cual no puede engañarse ni engañarnos?<br />

Pero, ¡cuántos, cuán maravillosos, cuán espléndidos argumentos tenemos a mano,<br />

por los cuales la razón humana se ve sobradamente obligada a reconocer que la religión<br />

de Cristo es divina “y que todo principio de nuestros dogmas tomó su raíz de arriba, del<br />

Señor de los cielos” y que por lo mismo nada hay más cierto que nuestra fe, nada más<br />

seguro, nada más santo y que se apoye en más firmes principios. Como es sabido, esta<br />

fe, maestra de la vida, indicadora de la salvación, expulsadora de todos los vicios y<br />

madre fecunda y nutridora de las virtudes, confirmada por el nacimiento, vida, muerte,<br />

resurrección, sabiduría, prodigios, profecías de su divino autor y consumador Jesucristo,<br />

brillando por doquier por la luz de la celeste doctrina y enriquecida por los tesoros de<br />

los dones celestes, clara e insigne sobre todo por las predicciones de tantos profetas, por<br />

el esplendor de tantos milagros, por la constancia de tantos mártires, por la gloria de<br />

tantos santos, llevando delante las saludables leyes de Cristo, y adquiriendo fuerzas<br />

cada día mayores por las mismas persecuciones, invadió con solo el estandarte de Cristo<br />

el orbe universo por tierra y mar, desde oriente a occidente y, desbaratada la falacia de<br />

los ídolos, alejada la niebla de los errores y triunfando de los enemigos de toda especie,<br />

ilustró con la lumbre del conocimiento divino a todos los pueblos, gentes y naciones,<br />

por bárbaros que fueran en su inhumanidad, por divididos que estuvieran por su índole,<br />

costumbres, leyes e instituciones, y sometiólos al suavísimo yugo del mismo Cristo,<br />

anunciando a todos la paz, anunciando los bienes [Is. 52, 7]. Todos estos hechos brillan<br />

ciertamente por doquiera con tan grande fulgor de la sabiduría y del poder divino que<br />

cualquier mente y pensamiento puede con facilidad entender que la fe cristiana es obra<br />

de Dios.<br />

Así, pues, conociendo clara y patentemente por estos argumentos, a par<br />

luminosísimos y firmísimos, que Dios es el autor de la misma fe, la razón humana no<br />

puede ir más allá, sino que rechazada y alejada totalmente toda dificultad y duda, es<br />

menester que preste a la misma fe toda obediencia, como quiera que tiene por cierto que<br />

ha sido por Dios enseñado cuanto la fe misma propone a los hombres para creer y hacer.<br />

Sobre el matrimonio civil<br />

De la Alocución Acerbissimum vobiscum, de 27 de septiembre de 1852]<br />

Nada decimos de aquel otro decreto por el que, despreciado totalmente el<br />

misterio, la dignidad y santidad del sacramento del matrimonio e ignorando y<br />

trastornando absolutamente su institución y naturaleza, desechada de todo en todo la<br />

potestad de la Iglesia sobre el mismo sacramento, se proponía, según los errores ya<br />

condenados de los herejes y contra la doctrina de la Iglesia Católica, que se tuviera el<br />

matrimonio sólo como contrato civil y se sancionaba en varios casos el divorcio<br />

propiamente dicho [cf. 1767], a par que todas las causas matrimoniales se sometían a<br />

los tribunales laicos y por ellos eran juzgadas [v. 1774]. Pero ningún católico ignora o<br />

puede ignorar que el matrimonio es verdadera y propiamente uno de los siete<br />

sacramentos de la ley evangélica, instituído por Cristo Señor, y que, por tanto, no puede

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!