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Enchiridion Symbolorum (Denzinger).pdf

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juicio”, según la Escritura que dice: El que hizo cuanto había de ser [Is. 45, 11; LXX];<br />

en los malos, empero, supo de antemano su malicia, porque de ellos viene, pero no la<br />

predestinó, porque no viene de Él. La pena que sigue al mal merecimiento, como Dios<br />

que todo lo prevé, ésa si la supo y predestinó, porque justo es Aquel en quien, como<br />

dice San Agustín, tan fija está la sentencia sobre todas las cosas, como cierta su<br />

presciencia. Aquí viene bien ciertamente el dicho del sabio: Preparados están para los<br />

petulantes los juicios y los martillos que golpean a los cuerpos de los necios [Prov. 19,<br />

29]. Sobre esta inmovilidad de la presciencia de la predestinación de Dios, por la que en<br />

Él lo futuro ya es un hecho, también se entiende bien lo que se dice en el Eclesiastés:<br />

Conocí que todas las obras que hizo Dios perseveran para siempre. No podemos añadir<br />

ni quitar a lo que hizo Dios para ser temido [Eccl. 3, 14]. Pero que hayan sido algunos<br />

predestinados al mal por el poder divino, es decir, como si no pudieran ser otra cosa, no<br />

sólo no lo creemos, sino que si hay algunos que quieran creer tamaño mal, contra ellos,<br />

como el Sínodo de Orange, decimos anatema con toda detestación [v. 200].<br />

Can. 4. Igualmente sobre la redención por la sangre de Cristo, en razón del excesivo<br />

error que acerca de esta materia ha surgido, hasta el punto de que algunos, como sus<br />

escritos lo indican, definen haber sido derramada aun por aquellos impíos que desde el<br />

principio del mundo hasta la pasión del Señor han muerto en su impiedad y han sido<br />

castigados con condenación eterna, contra el dicho del profeta: Seré muerte tuya, oh<br />

muerte; tu mordedura seré, oh infierno [Os. 13, 14]; nos place que debe sencilla y<br />

fielmente mantenerse y enseñarse, según la verdad evangélica y apostólica, que por<br />

aquéllos fue dado este precio, de quienes nuestro Señor mismo dice: Como Moisés<br />

levantó la serpiente en el desierto, así es menester que sea levantado el Hijo del<br />

Hombre, a fin de que todo el que crea en Él, no perezca, sino que tenga la vida eterna.<br />

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito, a fin de que<br />

todo el que crea en Él, no perezca, sino que tenga vida eterna [Ioh, 3, 14 ss]; y el<br />

Apóstol: Cristo —dice— se ha ofrecido una sola vez para cargar con los pecados de<br />

muchos [Hebr. 9, 28]. Ahora bien, los capítulos [cuatro, que un Concilio de hermanos<br />

nuestros aceptó con menos consideración, por su inutilidad, o, más bien,<br />

perjudicialidad, o por su error contrario a la verdad, y otros también] concluídos muy<br />

ineptamente por XIX silogismos y que, por más que se jacten, no brillan por ciencia<br />

secular alguna, en los que se ve más bien una invención del diablo que no argumento<br />

alguno de la fe, los rechazamos completamente del piadoso oído de los fieles y con<br />

autoridad del Espíritu Santo mandamos que se eviten de todo punto tales y semejantes<br />

doctrinas; también determinamos que los introductores de novedades, han de ser<br />

amonestados, a fin de que no sean heridos con más rigor.<br />

Can. 5. Igualmente creemos ha de mantenerse firmísimamente que toda la<br />

muchedumbre de los fieles, regenerada por el agua y el Espíritu Santo [Ioh. 3, 5] y por<br />

esto incorporada verdaderamente a la Iglesia y, conforme a la doctrina evangélica,<br />

bautizada en la muerte de Cristo [Rom. 6, 3], fue lavada de sus pecados en la sangre del<br />

mismo; porque tampoco en ellos hubiera podido haber verdadera regeneración, si no<br />

hubiera también verdadera redención, como quiera que en los sacramentos de la Iglesia,<br />

no hay nada vano, nada que sea cosa de juego, sino que todo es absolutamente<br />

verdadero y estriba en su misma verdad y sinceridad. Mas de la misma muchedumbre<br />

de los fieles y redimidos, unos se salvan con eterna salvación, pues por la gracia de Dios<br />

permanecen fielmente en su redención, llevando en el corazón la palabra de su Señor<br />

mismo: El que perseverare hasta el fin, ése se salvara [Mt. 10, 22; 24, 18]; otros, por no<br />

querer permanecer en la salud de la fe que al principio recibieron, y preferir anular por<br />

su mala doctrina o vida la gracia de la redención que no guardarla, no llegan en modo<br />

alguno a la plenitud de la salud y a la percepción de la bienaventuranza eterna. A la

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