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Enchiridion Symbolorum (Denzinger).pdf

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Porque si atendemos a lo que la Escritura Santa dice de la Sabiduría: Es el resplandor<br />

de la luz eterna [Sap. 7, 26]; como vemos que el resplandor está inseparablemente<br />

unido a la luz, así confesamos que el Hijo no puede separarse del Padre.<br />

Consiguientemente, como no confundimos aquellas tres personas de una sola e<br />

inseparable naturaleza, así tampoco las predicamos en manera alguna separables.<br />

Porque, a la verdad, la Trinidad misma se ha dignado mostrarnos esto de modo tan<br />

evidente, que aun en los nombres por los que quiso que cada una de las personas fuera<br />

particularmente reconocida, no permite que se entienda la una sin la otra; pues no se<br />

conoce al Padre sin el Hijo ni se halla al Hijo sin el Padre. En efecto, la misma relación<br />

del vocablo de la persona veda que las personas se separen, a las cuales, aun cuando no<br />

las nombra a la vez, a la vez las insinúa. Y nadie puede oír cada uno de estos nombres,<br />

sin que por fuerza tenga que entender también el otro: Así, pues, siendo estas tres cosas<br />

una sola cosa, y una sola, tres; cada persona, sin embargo, posee su propiedad<br />

permanente. Porque el Padre posee la eternidad sin nacimiento, el Hijo la eternidad con<br />

nacimiento, y el Espíritu Santo la procesión sin nacimiento con eternidad.<br />

[Sobre la Encarnación.] Creemos que, de estas tres personas, sólo la persona del<br />

Hijo, para liberar al género humano, asumió al hombre verdadero, sin pecado, de la<br />

santa e inmaculada María Virgen, de la que fue engendrado por nuevo orden y por<br />

nuevo nacimiento. Por nuevo orden, porque invisible en la divinidad, se muestra visible<br />

en la carne; y por nuevo nacimiento fue engendrado, porque la intacta virginidad, por<br />

una parte, no supo de la unión viril y, por otra, fecundada por el Espíritu Santo,<br />

suministró la materia de la carne. Este parto de la Virgen, ni por razón se colige, ni por<br />

ejemplo se muestra, porque si por razón se colige, no es admirable; si por ejemplo se<br />

muestra, no es singular.<br />

No ha de creerse, sin embargo, que el Espíritu Santo es Padre del Hijo, por el hecho<br />

de que María concibiera bajo la sombra del mismo Espíritu Santo, no sea que parezca<br />

afirmamos dos padres del Hijo, cosa ciertamente que no es lícito decir. En esta<br />

maravillosa concepción al edificarse a sí misma la Sabiduría una casa, el Verbo se hizo<br />

carne y habitó entre nosotros [Ioh. 1, 19]. Sin embargo, el Verbo mismo no se convirtió<br />

y mudó de tal manera en la carne que dejara de ser Dios el que quiso ser hombre; sino<br />

que de tal modo el Verbo se hizo carne que no sólo esté allí el Verbo de Dios y la carne<br />

del hombre, sino también el alma racional del hombre; y este todo, lo mismo se dice<br />

Dios por razón de Dios, que hombre por razón del hombre. En este Hijo de Dios<br />

creemos que hay dos naturalezas: una de la divinidad, otra de la humanidad, a las que de<br />

tal manera unió en sí la única persona de Cristo, que ni la divinidad podrá jamás<br />

separarse de la humanidad, ni la humanidad de la divinidad. De ahí que Cristo es<br />

perfecto Dios y perfecto hombre en la unidad de una sola persona. Sin embargo, no<br />

porque hayamos dicho dos naturalezas en el Hijo, defenderemos en Él dos personas, no<br />

sea que a la Trinidad —lo que Dios no permita— parezca sustituir la cuaternidad. Dios<br />

Verbo, en efecto, no tomó la persona del hombre, sino la naturaleza, y en la eterna<br />

persona de la divinidad, tomó la sustancia temporal de la carne.<br />

Igualmente, de una sola sustancia creemos que es el Padre y el Hijo y el Espíritu<br />

Santo; sin embargo, no decimos que María Virgen engendrara la unidad de esta<br />

Trinidad, sino solamente al Hijo que fue el solo que tomó nuestra naturaleza en la<br />

unidad de su persona. También ha de creerse que la encarnación de este Hijo de Dios<br />

fue obra de toda la Trinidad, porque las obras de la Trinidad son inseparables. Sin<br />

embargo, sólo el Hijo tomó la forma de siervo [Phil. 2, 7] en la singularidad de la<br />

persona, no en la unidad de la naturaleza divina, para aquello que es propio del Hijo, no<br />

lo que es común a la Trinidad; y esta forma se le adaptó a Él para la unidad de persona,

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