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Enchiridion Symbolorum (Denzinger).pdf

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voluntaria. Pero bien conocido es también el dogma católico, a saber, que nadie puede<br />

salvarse fuera de la Iglesia Católica, y que los contumaces contra la autoridad y<br />

definiciones de la misma Iglesia, y los pertinazmente divididos de la unidad de la misma<br />

Iglesia y del Romano Pontífice, sucesor de Pedro, “a quien fue encomendada por el<br />

Salvador la guarda de la viña”, no pueden alcanzar la eterna salvación.<br />

Lejos, sin embargo, de los hijos de la Iglesia Católica ser jamás en modo alguno<br />

enemigos de los que no nos están unidos por los vínculos de la misma fe y caridad; al<br />

contrario, si aquéllos son pobres o están enfermos o afligidos por cualesquiera otras<br />

miserias, esfuércense más bien en cumplir con ellos todos los deberes de la caridad<br />

cristiana y en ayudarlos siempre y, ante todo, pongan empeño por sacarlos de las<br />

tinieblas del error en que míseramente yacen y reducirlos a la verdad católica y a la<br />

madre amantísima, la Iglesia, que no cesa nunca de tenderles sus manos maternas y<br />

llamarlos nuevamente a su seno, a fin de que, fundados y firmes en la fe, esperanza y<br />

caridad y fructificando en toda obra buena [Col. 1, 10], consigan la eterna salvación.<br />

De los congresos de teólogos en Alemania<br />

[De la carta Tuas libenter, al arzobispo de Murlich-Frisinga, de 21 de diciembre<br />

de 1863]<br />

... Sabíamos también, Venerable Hermano, que algunos de los católicos que se<br />

dedican al cultivo de las disciplinas más severas confiados demasiado en las fuerzas del<br />

ingenio humano, no temieron, ante los peligros de error, al afirmar la falaz y en modo<br />

alguno genuina libertad de la ciencia, fueran arrebatados más allá de los límites que no<br />

permite traspasar la obediencia debida al magisterio de la Iglesia, divinamente instituído<br />

para guardar la integridad de toda la verdad revelada. De donde ha resultado que esos<br />

católicos, míseramente engañados, llegan a estar frecuentemente de acuerdo hasta con<br />

quienes claman y chillan contra los Decretos de esta Sede Apostólica y de nuestras<br />

Congregaciones, en que por ellos se impide el libre progreso de la ciencia [v. 1712], y<br />

se exponen al peligro de romper aquellos sagrados lazos de la obediencia con que por<br />

voluntad de Dios están ligados a esta misma Sede Apostólica, que fue constituída por<br />

Dios mismo maestra y vengadora de la verdad.<br />

Tampoco ignorábamos que en Alemania ha cobrado fuerza la opinión falsa en<br />

contra de la antigua Escuela y contra la doctrina de aquellos sumos Doctores [v. 1713]<br />

que por su admirable sabiduría y santidad de vida venera la Iglesia universal. Por esta<br />

falsa opinión, se pone en duda la autoridad de la Iglesia misma, como quiera que la<br />

misma Iglesia no sólo permitió durante tantos siglos continuos que se cultivara la<br />

ciencia teológica según el método de los mismos doctores y según los principios<br />

sancionados por el común sentir de todas las escuelas católicas; sino que exaltó también<br />

muy frecuentemente con sumas alabanzas su doctrina teológica y vehementemente la<br />

recomendó como fortísimo baluarte de la fe y arma formidable contra sus enemigos...<br />

A la verdad, al afirmar todos los hombres del mismo congreso, como tú escribes,<br />

que el progreso de las ciencias y el éxito en la evitación y refutación de los errores de<br />

nuestra edad misérrima depende de la íntima adhesión a las verdades reveladas que<br />

enseña la Iglesia Católica, ellos mismos han reconocido y profesado aquella verdad que<br />

siempre sostuvieron y enseñaron los verdaderos católicos entregados al cultivo y<br />

desenvolvimiento de las ciencias. Y apoyados en esta verdad, esos mismos hombres<br />

sabios y verdaderamente católicos pudieron con seguridad cultivar, explicar y convertir<br />

en útiles y ciertas las mismas ciencias. Lo cual no puede ciertamente conseguirse, si la<br />

luz de la razón humana, circunscrita en sus propios límites, aun investigando las<br />

verdades que están al alcance de sus propias fuerzas y facultades, no tributa la máxima

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