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Enchiridion Symbolorum (Denzinger).pdf

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Llegados aquí, Venerables Hermanos, tenemos sobrados elementos para conocer<br />

cabalmente qué relaciones establecen los modernistas entre la fe y la ciencia, bajo cuyo<br />

nombre comprenden también la historia. Y ante todo hay que pensar que el objeto de la<br />

una es totalmente externo al de la otra y separado de ella. Porque la fe mira únicamente<br />

a aquello que la ciencia declara serle incognoscible. De ahí, la diversa tarea de cada una:<br />

la ciencia versa sobre los fenómenos en que no hay lugar alguno para la fe; la fe, por su<br />

parte, versa sobre lo divino, que la ciencia de todo punto ignora. De donde, finalmente,<br />

resulta que entre la fe y la ciencia no puede darse jamás conflicto; pues, como cada una<br />

se mantenga en su puesto, no podrán encontrarse jamás y por ende tampoco<br />

contradecirse. Si a esto se objeta que hay en la naturaleza visible cosas que pertenecen<br />

también a la fe, como la vida humana de Cristo, lo negarán. Porque si bien estas cosas<br />

se cuentan entre los fenómenos; sin embargo, en cuanto están penetrados de la fe y por<br />

la fe fueron trasfigurados y desfigurados del modo que arriba se dijo [v. 2076], han sido<br />

arrebatados del mundo sensible y trasladados a la materia de lo divino. Por eso, si<br />

seguimos preguntando si Cristo realizó verdaderos milagros y realmente presintió lo por<br />

venir, si realmente resucitó y subió a los cielos, la ciencia agnóstica lo negará, la fe lo<br />

afirmará; pero de aquí no se seguirá contradicción alguna entre una y otra. Porque uno<br />

lo negará como filósofo que habla a filósofos, es decir, que ha contemplado a Cristo<br />

únicamente según su realidad histórica; otro lo afirmará como creyente que habla con<br />

creyentes, mirando la vida de Cristo en cuanto otra vez es vivida por la fe y en la fe.<br />

Mucho se engañaría, sin embargo, quien pensara que podrá sacar de aquí la<br />

consecuencia de que la fe y la ciencia no han de estar absolutamente sometidas una a<br />

otra. De la ciencia, sí, podrá pensarlo recta y verdaderamente; pero no de la fe que tiene<br />

que estar sometida la ciencia no ya por uno, sino por triple motivo. Porque en primer<br />

lugar hay que advertir que en cualquier hecho religioso, quitada la realidad divina y la<br />

experiencia que de ella tiene el creyente, todo lo demás y particularmente las fórmulas<br />

religiosas no traspasa en modo alguno el ámbito de los fenómenos y, por lo tanto, caen<br />

bajo el dominio de la ciencia. Puede, si quiere, el creyente salirse de este mundo; pero<br />

mientras viva en el mundo, no escapará jamas, quiera que no quiera, las leyes, la<br />

observación y los juicios de la ciencia y de la historia. Además, si es cierto que se ha<br />

dicho que Dios es sólo objeto de la fe, eso ha de concederse de la realidad divina, pero<br />

no de la idea de Dios, pues ésta está sometida a la ciencia, que, filosofando en el orden<br />

que llaman lógico, alcanza también cuanto hay de absoluto e ideal. Por lo cual, la<br />

filosofía, esto es, la ciencia, tiene derecho a conocer acerca de la idea de Dios,<br />

moderarla en su desenvolvimiento y, si algo extraño se le mezclare, corregirlo. De ahí el<br />

axioma de los modernistas de que la evolución religiosa debe conciliarse con la moral e<br />

intelectual, es decir, como lo explica uno de sus maestros, debe someterse a ellas.<br />

Allégase finalmente que el hombre no sufre en sí mismo la dualidad, por lo que urge al<br />

creyente la necesidad íntima de conciliar su fe con la ciencia de manera que no discrepe<br />

de la idea general que la ciencia ofrece sobre el universo. De este modo, pues, se llega<br />

al resultado de que la ciencia se sienta absolutamente libre de la fe; pero la fe, por<br />

mucho que se pregone ser extraña a la ciencia, tiene que estar sujeta a ésta. Todo lo<br />

cual, Venerables Hermanos, es contrario a lo que Pío IX antecesor nuestro, enseñaba<br />

diciendo: “En las cosas que atañen a la religión, a la filosofía le toca servir, no mandar;<br />

no prescribir lo que hay que creer, sino abrazarlo con razonable deferencia; no<br />

escudriñar la profundidad de los misterios de Dios, sino reverenciarla piadosa y<br />

humildemente”. Los modernistas vuelven la cosa al revés y por eso puede aplicárseles<br />

lo que Gregorio IX, también antecesor nuestro, escribía de ciertos teólogos de su<br />

tiempo: Algunos de vosotros, hinchados como un odre por el espíritu de vanidad, se<br />

empeñan en traspasar con profana novedad los límites puestos por los Padres,

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