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Enchiridion Symbolorum (Denzinger).pdf

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Pero si bien no hemos dejado de proscribir y reprobar muchas veces estos<br />

importantísimos errores; sin embargo, la causa de la Iglesia Católica y la salud de las<br />

almas a Nos divinamente encomendada y hasta el bien de la misma sociedad humana<br />

nos piden imperiosamente que nuevamente excitemos vuestra solicitud pastoral para<br />

combatir otras depravadas opiniones que brotan, como de sus fuentes, de los mismos<br />

errores.<br />

Estas falsas y perversas opiniones son tanto más de detestar cuanto principalmente<br />

apuntan a impedir y eliminar aquella saludable influencia que la Iglesia Católica, por<br />

institución y mandamiento de su divino Fundador, debe libremente ejercer hasta la<br />

consumación de los siglos [Mt. 28, 20], no menos sobre cada hombre que sobre las<br />

naciones, los pueblos y sus príncipes supremos, y a destruir aquella mutua unión y<br />

concordia de designios entre el sacerdocio y el imperio, “que fue siempre fausta y<br />

saludable lo mismo a la religión que al Estado”. Porque bien sabéis, Venerables<br />

Hermanos, que hay no pocos en nuestro tiempo, que aplicando a la sociedad civil el<br />

impío y absurdo principio del llamado naturalismo, se atreven a enseñar que “la óptima<br />

organización del estado y progreso civil exigen absolutamente que la sociedad humana<br />

se constituya y gobierne sin tener para nada en cuenta la religión, como si ésta no<br />

existiera, o, por lo menos, sin hacer distinción alguna entre la verdadera y las falsas<br />

religiones”. Y contra la doctrina de las Sagradas Letras, de la Iglesia y de los Santos<br />

Padres, no dudan en afirmar que “la mejor condición de la sociedad es aquella en que no<br />

se le reconoce al gobierno el deber de reprimir con penas establecidas a los violadores<br />

de la religión católica, sino en cuanto lo exige la paz pública.”<br />

Partiendo de esta idea, totalmente falsa, del régimen social, no temen favorecer la<br />

errónea opinión, sobremanera perniciosa a la Iglesia Católica y a la salvación de las<br />

almas, calificada de “delirio” por nuestro antecesor Gregorio XVI, de feliz memoria, de<br />

que “la libertad de conciencia y de cultos es derecho propio de cada hombre, que debe<br />

ser proclamado y asegurado por la ley en toda sociedad bien constituida, y que los<br />

ciudadanos tienen derecho a una omnímoda libertad, que no debe ser coartada por<br />

ninguna autoridad eclesiástica o civil, por el que puedan manifestar y declarar a cara<br />

descubierta y públicamente cualesquiera conceptos suyos, de palabra o por escrito o de<br />

cualquier otra forma”. Mas al sentar esa temeraria afirmación, no piensan ni consideran<br />

que están proclamando una libertad de perdición, y que “si siempre fuera libre discutir<br />

de las humanas persuasiones, nunca podrán faltar quienes se atrevan a oponerse a la<br />

verdad y a confiar en la locuacidad de la sabiduría humana (v. 1.: mundana); mas cuánto<br />

haya de evitar la fe y sabiduría cristiana esta dañosísima vanidad, entiéndalo por la<br />

institución misma de nuestro Señor Jesucristo”.<br />

Y porque apenas se ha retirado de la sociedad civil la religión y repudiado la<br />

doctrina y autoridad de la revelación divina, se oscurece y se pierde hasta la genuina<br />

noción de justicia y derecho humano, y en lugar de la verdadera justicia y del legítimo<br />

derecho se sustituye la fuerza material; de ahí se ve claro por qué algunos, despreciados<br />

totalmente y dados de lado los más ciertos principios de la sana razón, se atreven a<br />

gritar que “la voluntad del pueblo, manifestada por la que llaman opinión pública o de<br />

otro modo, constituye la ley suprema, independiente de todo derecho divino y humano,<br />

y que en el orden polltico los hechos consumados, por lo mismo que han sido<br />

consumados, tienen fuerza de derecho.” Mas ¿quién no ve y siente manifiestamente que<br />

la so ciedad humana, suelta de los vinculos de la religión y de la verdadera justicia, no<br />

puede proponerse otro fin que adquirir y acumular riquezas, ni seguir otra ley en sus<br />

acciones, sino ]a indómita concupiscencia del alma de servir sus propios placeres e<br />

intereses?

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