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Enchiridion Symbolorum (Denzinger).pdf

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decir: aun por el solo título de la unión hipostática, Cristo tiene poder sobre todas las<br />

criaturas. Mas por otra parte, ¿qué pensamiento más grato ni más dulce podemos tener<br />

que el de que Cristo impere sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino<br />

también por derecho adquirido, es decir, por el de redención? ¡Ojalá, en efecto, los<br />

hombres todos, tan olvidadizos, recordaran cuánto le hemos costado a nuestro Salvador:<br />

Porque no habréis sido comprados con oro o plata corruptibles, sino con la sangre de<br />

Cristo, como de cordero inmaculado y sin tacha [1 Petr. 1, 18-19]. Ya no somos<br />

nuestros, como quiera que Cristo nos ha comprado a alto precio [1 Cor. 6, 20]; nuestros<br />

mismos cuerpos, son miembros de Cristo [Ibid. 15].<br />

Ahora bien, para declarar en pocas palabras la fuerza y naturaleza de este<br />

principado, apenas hace falta decir que se contiene en un triple poder, careciendo del<br />

cual apenas se entiende el principado. Lo mismo indican más que sobradamente los<br />

testimonios tomados y alegados de las Sagradas Letras acerca del imperio universal de<br />

nuestro Redentor, y debe ser creído con fe católica que Cristo Jesús ha sido dado a los<br />

hombres como Redentor en quien confíen y, al mismo tiempo, como legislador a quien<br />

obedezcan [Concilio de Trento, sesión n, Can. 21; v. 831]. Ahora bien, los Evangelios<br />

no tanto nos cuentan que Él dio leyes, cuanto nos lo presentan dándolas; y quienes esos<br />

preceptos guardaren, esos dice el divino Maestro, unas veces con unas, otras con otras<br />

palabras, que le probarán el amor que le tienen y que permanecerán en su amor [Ioh. 14,<br />

15; 15, 10]. Que la potestad judicial le haya sido dada por su Padre, el mismo Jesús lo<br />

proclama ante los judíos que le echan en cara la violación del descanso del sábado por<br />

la maravillosa curación de un hombre enfermo: Porque tampoco el Padre juzga a nadie,<br />

sino que todo juicio lo dio al Hijo [Ioh. 5, 22]. Y en él se comprende, por ser cosa<br />

inseparable del juicio, el imponer por propio derecho premios y castigos a los hombres,<br />

aun mientras viven. Y hay, en fin, que atribuir a Cristo el poder que llaman ejecutivo,<br />

como quiera que a su imperio es menester que obedezcan todos, y ese poder justamente<br />

unido a la promulgación, contra los contumaces, de suplicios a que nadie puede escapar.<br />

Sin embargo, que este reino sea principalmente espiritual y a lo espiritual<br />

pertenezca muéstranlo por una parte clarísimamente las palabras que hemos alegado de<br />

la Biblia, y confirmalo por otra, con su modo de obrar, Cristo Señor mismo. Porque fue<br />

así que en más de una ocasión, como los judíos y hasta los mismos Apóstoles pensaran<br />

erróneamente que el Mesías había de reivindicar la libertad del pueblo y restablecer el<br />

reino de Israel, Él les quitó y arrancó esa vana opinión y esperanza; cuando estaba para<br />

ser proclamado rey por la confusa muchedumbre de los que le admiraban, Él rehusó ese<br />

nombre y honor, huyendo y escondiéndose; y ante el presidente romano proclamó que<br />

su reino no era de este mundo [Ioh. 18, 36]. Tal se nos propone ciertamente en los<br />

Evangelios este reino, para entrar en el cual los hombres han de prepararse haciendo<br />

penitencia, y no pueden de hecho entrar si no es por la fe y el bautismo, sacramento este<br />

que, si bien es un rito externo, significa y produce, sin embargo, la regeneración<br />

interior; opónese únicamente al reino de Satanás y al poder de las tinieblas y exige de<br />

sus seguidores no sólo que, desprendido su corazón de las riquezas y de las cosas<br />

terrenas, ostenten mansedumbre de costumbres y tengan hambre y sed de justicia, sino<br />

que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz. Y habiendo Cristo adquirido la Iglesia,<br />

como Redentor, con su sangre, y habiéndose, como Sacerdote, ofrecido a si mismo<br />

como victima por los pecados y siguiendo perpetuamente ofreciéndose, ¿quién no ve<br />

que su regia dignidad ha de revestir y participar la naturaleza de aquellos dos cargos de<br />

Redentor y Sacerdote?<br />

Torpemente, por lo demás, erraría quien le negara a Cristo hombre el imperio<br />

sobre cualesquiera cosas civiles, como quiera que Él tiene de su Padre un derecho tan

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