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Enchiridion Symbolorum (Denzinger).pdf

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Señor; leyes, por ende, que no pueden estar sujetas al arbitrio de los hombres, ni<br />

siquiera al acuerdo contrario de los mismos cónyuges. Esta es la doctrina de las<br />

Sagradas Letras [Gen. 1, 27 s; 2, 22 s; Mt. 19; 3 ss; Eph. 5, 23 ss]; ésta, la constante y<br />

universal tradición de la Iglesia; ésta, la solemne definición del sagrado Concilio de<br />

Trento, que predica y confirma con las palabras mismas de la Sagrada Escritura que el<br />

perpetuo e indisoluble vinculo del matrimonio y su unidad y firmeza tienen a Dios por<br />

autor (sesión 24; v. 969 ss].<br />

Mas, aun cuando el matrimonio sea por su naturaleza de institución divina,<br />

también la voluntad humana tiene en él su parte y por cierto nobilísima. Porque cada<br />

matrimonio particular, en cuanto es unión conyugal entre un hombre determinado y una<br />

determinada mujer, no se realiza sin el libre consentimiento de uno y de otro esposo; y<br />

este acto libre de la voluntad, por el que una y otra parte entrega y acepta el derecho<br />

propio del matrimonio, es tan necesario para constituir verdadero matrimonio, que no<br />

puede ser suplido por potestad humana alguna. Esta libertad, sin embargo, sólo tiene por<br />

fin que conste si los contrayentes quieren o no contraer matrimonio y con esta persona<br />

precisamente; pero la naturaleza del matrimonio está totalmente sustraída a la libertad<br />

del hombre, de suerte que, una vez se ha contraido, está el hombre sujeto a sus leyes<br />

divinas y a sus propiedades esenciales. Pues, tratando el Doctor Angélico de la fidelidad<br />

y de la prole: “Éstas —dice—s e originan en el matrimonio en virtud del mismo pacto<br />

conyugal, de suerte que si en el consentimiento, que causa el matrimonio, se expresara<br />

algo contrario a ellas, no habría verdadero matrimonio”.<br />

Por obra, pues, del matrimonio, se unen y funden las almas antes y más<br />

estrechamente que los cuerpos y no por pasajero afecto de los sentidos o del espíritu,<br />

sino por determinación firme y deliberada de las voluntades. Y de esta unión de las<br />

almas surge, porque Dios así lo ha establecido, el vinculo sagrado e inviolable.<br />

La naturaleza absolutamente propia y señera de este contrato lo hace totalmente<br />

diverso, no sólo de los ayuntamientos de las bestias realizados por el solo instinto ciego<br />

de la naturaleza, sin razón ni voluntad deliberada alguna, sino también de aquellas<br />

inconstantes uniones de los hombres, que carecen de todo vinculo verdadero y honesto<br />

de las voluntades y están destituidas de todo derecho a la convivencia doméstica.<br />

De ahí se desprende ya que la legitima autoridad tiene el derecho y está, por ende,<br />

obligada por el deber de reprimir, impedir y castigar las uniones torpes, que se oponen a<br />

la razón y a la naturaleza; mas como se trata de cosa que se sigue de la naturaleza<br />

misma del hombre, no consta con menor certidumbre lo que claramente advirtió nuestro<br />

predecesor, de feliz memoria, León XIII: “No hay duda ninguna que en la elección del<br />

género de vida está en la potestad y albedrío de cada uno tomar uno de los dos partidos:<br />

o seguir el consejo de Jesucristo sobre la virginidad o ligarse con el vinculo del<br />

matrimonio. Ninguna ley humana puede privar al hombre del derecho natural y<br />

originario de casarse ni de modo alguno circunscribir la causa principal de las nupcias,<br />

constituida al principio por autoridad de Dios: Creced y multiplicaos [Gen. 1, 28]”.<br />

Ahora bien, al disponernos, Venerables Hermanos, a exponer cuáles y cuán<br />

grandes sean los bienes dados por Dios al verdadero matrimonio, se nos ocurren las<br />

palabras de aquel preclarísimo Doctor de la Iglesia a quien no ha mucho, con ocasión<br />

del XV centenario de su muerte, exaltamos en nuestra Carta Encíclica Ad Salutem:<br />

“Tres son los bienes —dice San Agustín— por los que las nupcias son buenas: la prole,<br />

la fidelidad y el sacramento”. De qué modo estos tres capítulos puede con razón decirse<br />

que contienen una luminosa síntesis de toda la doctrina sobre el matrimonio cristiano, el<br />

mismo santo Doctor lo declara expresamente cuando dice: “En la fidelidad se atiende

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