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Enchiridion Symbolorum (Denzinger).pdf

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divina, y que, por ende, se funde toda entera en las solas fuerzas de la naturaleza, se<br />

desvía totalmente de la verdad. Tales son, sobre poco más o menos sistemas que con<br />

nombres varios se propalan públicamente en nuestros tiempos, los cuales se reducen a<br />

poner casi totalmente el fundamento de cualquier educación en que sea permitido a los<br />

niños formarse ellos a sí mismos, según su plena inclinación y arbitrio, aun repudiando<br />

los consejos de los mayores y maestros, y sin tener para nada en cuenta ley alguna, ni<br />

ayuda humana, ni divina. Todo esto, si de tal manera se circunscribiera en sus propios<br />

límites, que estos nuevos maestros quisieran que los adolescentes colaboraran también<br />

en su educación con su propio trabajo e industria, tanto más cuanto más adelantan en<br />

edad y conocimiento de las cosas, o bien, que de la educación de los niños se apartara<br />

toda violencia y aspereza (con la que no ha, sin embargo, de confundirse la justa<br />

corrección), la cosa sería verdadera, pero en modo alguno nueva, como quiera que eso<br />

mismo ha enseñado la Iglesia y lo han mantenido por tradición de sus mayores los<br />

educadores cristianos, imitando a Dios, el cual quiere que todas las criaturas y<br />

señaladamente todos los hombres, colaboren con Él, conforme a la propia naturaleza de<br />

ellos, pues la divina sabiduría se extiende poderosa de confín a confín y lo dispone todo<br />

suavemente [Sap. 8,1]...<br />

Pero mucho más perniciosas son las ideas y doctrinas sobre seguir absolutamente<br />

como guía a la naturaleza, que tocan una parte delicadísima de la educación humana,<br />

aquella —decimos— que atañe a la integridad de las costumbres y a la castidad.<br />

Corrientemente, en efecto, se hallan muchos que, tan necia como peligrosamente,<br />

defienden y proponen aquel método educativo que con afectación llaman educación<br />

sexual, estimando falsamente que podrán precaver a los jóvenes contra el placer de la<br />

lujuria por medios puramente naturales y sin ayuda alguna de la religión y de la piedad;<br />

a saber, iniciándolos e instruyéndolos a todos, sin distinción de sexo, y hasta<br />

públicamente, en doctrinas resbaladizas, y aun —lo que es peor— exponiéndolos<br />

prematuramente a las ocasiones, a fin de que su espíritu, acostumbrado, como ellos<br />

dicen, a estas cosas, quede como curtido para los peligros de la pubertad.<br />

Pero yerran gravemente esos hombres al no reconocer la nativa fragilidad de la<br />

naturaleza humana ni la ley ínsita en nuestros miembros, la cual, para valernos de las<br />

palabras del Apóstol Pablo, combate contra la ley de la mente [Rom. 1, 23], y al negar<br />

temerariamente lo que sabemos por la diaria experiencia, que los jóvenes más que nadie<br />

caen frecuentemente en los pecados torpes, no tanto por falta de conocimiento de la<br />

inteligencia, cuanto por debilidad de la voluntad, expuesta a los halagos y desprovista<br />

de los auxilios divinos.<br />

En este asunto, de verdad difícil, si, atendidas todas las circunstancias, se hace<br />

necesario dar oportunamente a algún joven alguna instrucción de parte de quienes han<br />

recibido de Dios el deber de educar a los niños juntamente con las gracias oportunas,<br />

hay que emplear aquellas cautelas y artes que no son desconocidos de los educadores<br />

cristianos...<br />

Igualmente ha de tenerse por erróneo y pernicioso para la educación cristiana<br />

aquel método de formación de la juventud que llaman vulgarmente coeducación... Uno<br />

y otro sexo han sido constituídos por la sabiduría de Dios para que en la familia y en la<br />

sociedad se completen mutuamente y formen una conveniente unidad, y eso justamente<br />

por su misma diferencia de cuerpo y alma, que los distingue entre sí, diferencia que, por<br />

tanto, debe mantenerse en la educación y formación, y hasta favorecerse por la<br />

conveniente distinción y separación, adecuada a las edades y condiciones. Y estos<br />

preceptos, que dicta la prudencia cristiana, han de guardarse en su tiempo y ocasión, no<br />

sólo en todas las escuelas, señaladamente durante los años inquietos de la adolescencia,

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