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Enchiridion Symbolorum (Denzinger).pdf

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qué modo se cumplieron las leyes de la evolución. Después de esto, finalmente, nos<br />

traza como por rasgos extremos la historia de la evolución o desenvolvimiento. Viene<br />

en ayuda el crítico y acomoda el resto de los documentos. Se pone manos a la obra y la<br />

historia queda terminada. ¿A quién —preguntamos ahora— hay que atribuir la historia?<br />

¿Al historiador o al crítico? A ninguno de los dos, ciertamente, sino al filósofo. Todo es<br />

aquí apriorismo, y apriorismo por cierto que está chorreando herejías. Lástima dan, a la<br />

verdad, estos hombres, de quienes diría el Apóstol: Se desvanecieron en sus<br />

pensamientos... diciendo ser sabios, se hicieron necios [Rom. l, 21-22]; nos irritan, sin<br />

embargo, cuando acusan a la Iglesia de que mezcla y dispone los documentos de manera<br />

que hablen a su favor. Es decir, que achacan a la Iglesia lo que sienten que su<br />

conciencia les reprocha a ellos con toda evidencia.<br />

Ahora bien, de esta distribución y repartición de los monumentos por edades, se<br />

sigue espontáneamente que los Libros Sagrados no pueden atribuirse a los autores cuyos<br />

nombres llevan realmente. Por lo cual, los modernistas no vacilan en afirmar a cada<br />

paso que esos mismos libros, particularmente el Pentateuco y los tres primeros<br />

Evangelios, de una breve narración primitiva, fueron gradualmente acrecentándose con<br />

añadiduras, es decir, con interpolaciones a modo de interpretación, ora teológica ora<br />

alegórica, o también con inserciones destinadas sólo a unir entre sí las diversas partes.<br />

Sin duda, para decirlo con mayor brevedad y claridad, hay que admitir una evolución<br />

vital de los Libros Sagrados, que nace de la evolución de la fe y a ella responde. Añaden<br />

por otra parte que los rastros de esta evolución son tan manifiestos que casi puede<br />

escribirse su historia. Es más, la escriben realmente con tanta seguridad, que creyérase<br />

han visto con sus ojos a cada uno de los escritores que en cada edad han puesto mano en<br />

la amplificación de los Libros Sagrados. Para confirmar todo esto, llaman en su auxilio<br />

a la que llaman crítica textual y se empeñan en persuadirnos que este o el otro hecho o<br />

dicho no está en su lugar, o traen otras razones por el estilo. Diríase realmente que se<br />

han preestablecido unos como tipos de narraciones o discursos y de ahí juzgan con<br />

absoluta certeza qué está en su lugar, qué en el ajeno. Cómo por este método puedan ser<br />

aptos para discernirlo, júzguelo el que quiera. Sin embargo, quien les oiga haciendo<br />

afirmaciones sobre sus trabajos acerca de los Libros Sagrados, trabajos en que tantas<br />

incongruencias se pueden sorprender, tal vez creerá que apenas hombre alguno hojeó<br />

esos libros antes que ellos, como si no los hubiera investigado en todos sus sentidos una<br />

muchedumbre poco menos que infinita de Doctores, muy superiores a ellos en ingenio,<br />

en erudición y en santidad de vida. Estos Doctores sapientísimos tan lejos estuvieron de<br />

reprender bajo ningún concepto las Escrituras Sagradas, que más bien, cuanto más<br />

profundamente las penetraban, más gracias daban a la Divinidad que se hubiera así<br />

dignado hablar con los hombres. Mas ¡ay! que nuestros Doctores no se inclinaron sobre<br />

los Sagrados Libros con los mismos instrumentos o auxilios de los modernistas, es<br />

decir, que no tuvieron por maestra y guía a una filosofía que partiera de la negación de<br />

Dios ni tampoco se erigieron a sí mismos en norma de juicio. Pensamos, pues, que<br />

queda ya patente cuál sea el método histórico de los modernistas. Va delante el filósofo,<br />

a éste le sigue el historiador, y por sus pasos contados viene luego la crítica tanto interna<br />

como textual. Y pues compete a la primera causa comunicar su virtud a las siguientes,<br />

es evidente que esta crítica no es una crítica cualquiera, sino que se llama con razón,<br />

agnóstica, inmanentista, evolucionista, y, por tanto, quien la sigue y de ella se vale,<br />

profesa los errores en ella implícitos y se opone a la doctrina católica. Por eso, pudiera<br />

parecer en sumo grado maravilloso que tal linaje de crítica tenga hoy día tanta autoridad<br />

entre católicos. La cosa tiene doble causa: en primer lugar la alianza con que<br />

historiadores y críticos de este jaez están entre si estrechísimamente ligados por encima<br />

de la variedad de pueblos y diferencia de religiones; luego la audacia máxima con que

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