Sagrada Familia de Jesús, María y José, Ciclos ... - Autores Catolicos

ESTUDIO
II-I-7-
El deber universal de la comunicación: oír y hablar.
Sobre todo oir.
La comunicación implica comunicación de lo propio y
recepción de lo ajeno. Evidentemente ante Dios el tema
cobra una importancia capital. Romper la comunicación
con Dios es algo infrahumano.
Con el conocimiento que corre entre estos
interlocutores a los que hemos aludido, se forma la
sociedad, que es una unidad mística, moral.
Con este conocimiento ya se sabe hacer el bien al
prójimo: y a Dios. Él nos puede decir lo que le agrada
y lo que desdeña. Sin la comunicación se actúa a tontas
y a locas. Como es un medio de generosidad no cabe el
deseo de absorción y dominio sobre el prójimo.
La posesión y absorción del prójimo es enemigo
directo del amor como donación y aceptación del
prójimo. “Las personas absorbentes tienen la extraña
pretensión (imposible de satisfacer) de que el otro se
aniquile para convertirse en un apéndice del egoísmo
del otro”. Este absorbente no ama a otro sino que posee
a otro, esclaviza, aniquila. Si uno no se conoce y no
conoce al otro no sabe ni puede amar: no sabe lo bueno
y lo malo que tiene para darlo o evitarlo; no sabe el
paladar del tú para acomodarse con lo que se tiene a
mano.
La manera de unirse las personas es por medio de la
palabra con la cual se expresan. Por ello es
absolutamente necesario hablar lo que hay en mi corazón
(bueno y malo, agradable o desagradable). Y no se puede
olvidar el oir lo que hay en el corazón del otro. Sin
esto no hay nada que hacer desde la humanidad en cuanto
tal, se estaría en cualquier cosa pero no en un amor
humano.
Pero para hablar es preciso encontrar a alguien que
tenga a bien escuchar atentamente, y cuidadosamente
puesto que no es la descripción de una loseta, sino
algo interior, humano. Sólo hay diálogo, conversación
si uno habla y otro entiende, y acepta lo que sucede.
Así, puesto que si me duele la cabeza, cuando me leen
una poesía que me alaba, no por eso deja de molestarme
el dolor. Los hechos personales han de ser aceptados.
No se puede discutir los hechos, como una antojo más.
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