Sagrada Familia de Jesús, María y José, Ciclos ... - Autores Catolicos

La familia, al tener como elementos fundamentales
dos personas de sexo distinto, implica el que la
conyugalidad queda integrada dentro de la Iglesia de
Jesucristo. El Concilio Vaticano II recuerda la
vinculación de la conyugalidad con el plan divino
creador. Dice: “el carácter moral de la conducta,
cuando se trata de conciliar el amor conyugal con la
transmisión responsable de la vida, no depende sólo de
la sincera intención y la apreciación de los motivos,
sino que debe determinarse a partir de criterios
objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de
sus actos; criterios que conserven íntegro el sentido
de la donación mutua y de la procreación humana en el
contexto del amor verdadero; esto es imposible si no se
cultiva con sinceridad la virtud de la castidad
conyugal”. GS 51, 3). Se trata de un respeto constante
a cada persona por serlo, y, ese respeto, en el
cristiano fiel, queda, debe quedar, teñido del mismo
amor creador y redentor del Señor.
Lo que Jesucristo quiere vincular con el amor
divino venido al mundo es la naturaleza conyugal, de
modo que, de ninguna manera quede falseada, ni
sustraída al Corazón del Señor.
La consideración de la sexualidad como una
expresión de amor personal y creador, es lo que se
llama pureza. La persona es amada por sí misma y como
templo divino, nada de instrumentalización. Esto es
naturalmente así porque el amor humano es siempre
espiritual, voluntario y personal; pues si así no
fuese, no mereceria el nombre de amor. Y la castidad es
la virtud que posibilita la relación del amor humano
con la mismísima voluntad amorosa de Dios Creador. Por
eso, el amor matrimonial, jamás puede contraponerse al
amor creador y fecundo. Por lo cual, no hay castidad
cristiana, donde no hay aceptación de la moral
cristiana dentro del matrimonio. Y, parece imposible
que pueda haber amor cristiano, donde no hay amor a
Jesucristo, ni vida de gracia, ni práctica católica.
El amor fecundo que Dios quiere es el que acepta
los hijos, no sólo como fruto de un amor humano, sino
como hijos de Dios. El amor cristiano matrimonial ha de
querer los niños como Dios los quiere, como hijos
amadísimos para la vida eterna. El amor matrimonial de
los cristianos ha de ser apostólico, que quiere
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