Sagrada Familia de Jesús, María y José, Ciclos ... - Autores Catolicos

Si no sabe, si lo rehuye, no está capacitado para amar.
Todavía no conoce el amor, el amor luminoso y limpio,
fuerte y casto, generoso y semejante al del Señor.
Echaremos mano de la vida santa del beato que
solemos citar para esclarecer nuestra vida de familia:
1.- Sufría al contemplar los bloques de viviendas
deshumanizadas que, con frecuencia, empujan a las
familias a limitar los nacimientos. La familia necesita
una holgura mínima para desarrollarse.
2.- Se mostraba afable, cariñoso, condescendiente,
atento a las necesidades de los demás, y especialmente
de sus hijas y de sus hijos. En la familia ha de
reinar un ambiente agradable.
3.- El temple enérgico que el Señor le había dado,
le sirvió para insistir en la propia lucha ascética (para
mejorar su propio comportamiento-) y en la de los
demás, pero sin mortificar a nadie. Sí, porque solía
lamentar que es triste que pueda llegar a ser cierto
que para aguantar a un santo hacen falta dos santos. La
dulzura, para que exista hace falta la solidez de la
fortaleza para que las cosas sean como han de ser.
Dulzura sin fortaleza es como comer azúcar sólo. No hay
amor verdadero sin la generosidad esforzada de la cruz.
Donde no hay generosidad de la cruz, hay un tristísimo
egoísmo.
4.- La familia para educar ha de partir del hecho de
que nacemos faltos de todo, y, lógicamente, faltos de
educación y de cristiandad. Por eso, solía enseñar:
“Hemos de sabernos capaces de todos los horrores y de
los mismos errores del hombre más depravado”. Nosotros
no somos como los soldados de Napoleón que llevaban un
bastón de mariscal en el macuto. Nosotros no tenemos
ningún documento que nos acredite como santos, y, el
pecado original, nos asegura un desorden natural. La
familia no puede alzarse firme sin el esfuerzo generoso
por mejorar tanto a los padres como a los hijos.
(Espontáneamente la familia se destruye, se hace
desabrida).
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