Sagrada Familia de Jesús, María y José, Ciclos ... - Autores Catolicos

pecado, que es todo igual. Centra su vida en Dios
mismo, estrella y sentido de su caminar.
Ante Dios, los hombres, somos todos hijos. Y como
tales todos estamos llamados a ser verdaderos: a Dios
parecidos en Cristo su Hijo. Los hijos de Dios han de
parecerse a Dios Padre eterno, como Jesucristo, el Dios
hecho hombre que nos ha mostrado cómo hemos de ser.
Todos los humanos, hemos de recuperar el sentido
divino e incluso redentor, sobrenatural, de sus afanes
temporales, de los deberes religiosos y los deberes
humanos: los de Dios y los del Cesar.
La libertad personal nos obliga a tomar decisiones:
un sí o un no, sin dejar pasar “ad calendas grecas” el
tiempo tapando la suerte de un si que nos lleva al
cielo. Cada cual ha de hacerse sumiso a Dios y a su
santísima voluntad. “Dichoso quien teme al Señor”, quien
sabe que es grande, que impone respeto su inmensa
grandeza: dichoso quien teme perder-Le y lucha constante
para darle alcance (Ps. 127). Yo, precisamente yo, he de
ocuparme absoluta y universalmente de las cosas, de la
casa y de la voluntad de mi Padre celestial.
“Nominatim”, con mi nombre he sido por Dios llamado.
Todo lo sucedido en la vida del Señor es una invitación
realizada a todos los hombres de la historia que
vinieron y vendrán. La llamada “al arma” ha sonado, no
es posible ya otra cosa que responderle sí o no.
La oración de imposición del escapulario del
Sagrado Corazón de Jesús muestra bien a las claras esta
entrega personal. “Señor, Jesús, que con un singular
beneficio de predilección, has abierto a la Iglesia, tu
esposa, las indecibles riquezas de tu Corazón: dígnate
bendecir este Escapulario con la imagen de ese Corazón
tuyo para que mediante la intercesión de tu Madre
clementísima Sta. María, quien lo lleve con devoción
merezca enriquecerse con las virtudes y dones
celestiales”. El hombre ha de redescubrir su realeza,
su dignidad y excelencia, entroncada en la misma
realeza y dignidad divina. Su sumisión no es una
abajamiento, sino una exaltación, lo mismo que el
esfuerzo del atleta no es una humillación sino un
orgullo luchador. Servir a Dios es reinar, ha de ser
redescubierto.
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