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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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Víctor no durmió esa noche. Tuvo que lamentar el distanciamiento del baroncito. Pasó<br />

algunas semanas humillantes, hasta que vino la familia de Lieja y se llevó al señorito devolviendo<br />

el sueño al rapaz.<br />

Después de aquello Víctor se tornó más susceptible; no quería hablar en presencia de más<br />

de tres personas.<br />

Ricardo explicaba que con renunciar a la vida en la ciudad, podía librarse fácilmente del<br />

tacto, los modales y otras pamplinas. Te dejaré la finca —decía— serás labriego, vivirás contento<br />

y al diablo las simplezas de lo amanerados.<br />

Nunca serás labriego —argüía Federica —. No eres perseverante; ignoras el valor de un<br />

franco… Cuando te hagas hombre, irás a Amberes.<br />

¡Qué pequeño es el mundo! Caminamos un poco, y saltan las colinas familiares. Más allá<br />

discurre el río. Aquí la campiña verde que la bruma envuelve. Conocemos las casas de la aldea; la<br />

iglesia con su campanario rojo y enhiesto; el viejo edifico municipal donde se celebran fiestas; la<br />

mansión del notario; el castillo del señor Fontaines. Las mismas personas, lo mismos rostros, las<br />

mismas cosas. Aquí no pudo nacer Corsario Negro que apresaba carabelas de las Indias… Ni el<br />

Caballero de la Máscara de Plata que conquistó en el palenque la mano de la Princesa<br />

Rosalinda… Ni el Embajador de las Tierras Misteriosas que hace brotar gnomos de la roca y<br />

sirenas bellísimas del fondo de los mares…<br />

—Víctor…<br />

—¡Maldición! Otra vez el maestro. No pude uno viajar ni con el pensamiento.<br />

Las cuatro. Los alumnos se aprestan a dejar la escuela. Habrá excursión al río; tal vez<br />

combate con piedras. Ir a la escuela o tornar de ella, es más atrayente que a escuela misma.<br />

Bastan minutos de libertad. Cada cual hará y dirá lo que le plazca. ¡Más rápido, más rápido, las<br />

mariposas vuelan por el prado y podrían ganarnos la partida!<br />

Por la noche, después de la jornada, el cuerpo se tumba sobre el lecho. El vuelo de los<br />

sueños cunde como un tropel de pájaros.<br />

Es en la infancia. Seres y cosas brotan del marco de la vida como solía imaginarlos el alma<br />

de Hans Memling, ceñidos por cándida ternura. Quietud. Distancia. Pasión del primitivo. La<br />

primavera brilla en los prados.<br />

ADOLESCENCIA<br />

—¡Madre!: ¿este hotel costará cien millones?<br />

María Diels se ruborizó al notar la sonrisa de las gentes.<br />

—No; cuesta muchos menos.<br />

Mientras lo conducía a la habitación, la madre reprochaba:<br />

—Te recomendé que callaras. Cuando quieras saber algo lo preguntes a solas. Lo primero<br />

es ser discreto y evitar que los demás se rían de nuestra ignorancia.<br />

Así aprendió Víctor Delhez que en la ciudad se mide palabras, se calcula el efecto que<br />

puedan causar: y nunca se borraron de su mente la confusión materna, la sonrisa de las gentes y<br />

esa primera impresión de grandeza que le produjera el hotel de sus padres en Amberes con sus<br />

cuatro pisos, sus salones alfombradas y las estatuas barrocas del hall.<br />

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