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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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—Es usted audaz para inventar y afortunado al realizar lo que imagina — dijo Nelson; y<br />

estas palabras gustaron al artista más que los dos mil quinientos pesos que recibiera del industrial.<br />

Tuvo proposiciones para emplearse como decorador en casas de moblaje y tapicería.<br />

Delhez rechazó indignado; ¿se le tomaba por tapicero? Quiso devolver su dinero a Nelson, pero<br />

Dáneo reflexionó: —¿Qué culpa tiene Nelson? Él no dio valor comercial a tu trabajo. Le agradó tu<br />

ingenio y quiso tener una prueba de tu capacidad. Ahora que tú busques lo artístico en sí y que la<br />

vida te devuelva billetes… ¡Bueno! Esto demuestra que estás predestinado al comercio.<br />

Influenciado por amigos, Delhez se dedicó a la caricatura. Así, después del ensayo<br />

decorativo se entretuvo caricaturizando boxeadores, jockeys, futbolistas y otros especímenes de la<br />

fauna deportiva que revistas y diarios acogían con entusiasmo. Pero pronto se cansó de hacer<br />

mono, advirtiendo el peligro de quedar como ilustrador revisteril.<br />

—Déjate de "macanas" —decía Lencinas, un político de barrio—; no estás maduro para<br />

retratar tanto bicho. Vení a jugar a la "quiniela".<br />

Y se lo llevaba por Caballito, a disputar con tahúres profesionales a quienes desesperaba<br />

con trucos tan simples de realizar como difíciles de sorprender.<br />

Nelson, en su escritorio:<br />

—¡Dos minutos, Delhez, ya concluyó!<br />

Delhez observaba la serenidad del industrial dictando de pie las cartas, transmitiendo<br />

órdenes por los teléfonos. A veces el ujier anunciaba visitas de urgencia, que Nelson, despachaba<br />

con oportuna cortesía abreviando la entrevista. Delhez quedaba aturdido por el ir y venir de las<br />

gentes y la multiplicidad de voces que se cruzaban sin estorbarse. Al salir, la secretaria anunciaba<br />

al industrial que debía pasar por el banco a cumplir otros menesteres antes del almuerzo.<br />

—¡Bien, ahora vamos a descansar! — decía Nelson.<br />

—¿Descansar? No veo cómo podrá descansar si no dispone de diez minutos juntos. Se ha<br />

detenido usted seis veces para atender… qué sé yo!<br />

—Dejar la oficina siempre es un descanso; la calle alivia con su movimiento vertiginoso.<br />

Esas pequeñas detenciones no me incomodan; son el pan de cada día.<br />

—¿No pueden ocuparse de ellas sus empleados?<br />

—No; o las harían mal. Cuando uno tiene negocios debe atenderlos personalmente. Al<br />

principio me aturdía pasar de lo bancario a lo comercial, estudiar el mercado de ventas y las<br />

necesidades del consumo, mezclando todo esto con actividades políticas, sociales y periodísticas,<br />

cosas indispensables que integran la pluralidad del hombre de negocios; pero después de doce<br />

años cualquiera se acostumbra al remolino. ¿Usted creerá que es difícil, verdad? Todo lo contrario;<br />

es sencillísimo. Tres reglas de aceleración y tres de morosidad: ver rápido, calcular rápido y decidir<br />

rápido; hablar despacio, obrar despacio y liquidar despacio.<br />

—No me explico el dominio de sus nervios ante los contratiempos que se le presentan a<br />

cada paso.<br />

—No hay tiempo para sulfurarse. Antes lo hacía con frecuencia, hasta que me dí cuenta<br />

que el tiempo perdido en renegar jamás se recupera.<br />

—Confieso que yo me volvería loco en esa marcha precipitada.<br />

—A mí me fortifica los nervios.<br />

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