EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes
EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes
EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
—Quisiera organizar una oficina.<br />
—¡Valiente cosa! ¿Piensas que por tener un título en el bolsillo te buscará la gente? El<br />
diploma es sólo la introducción a la actividad profesional. Trabaja con ingenieros de prestigio,<br />
empléate en una fábrica, experimenta en granjas agrícolas; esa es la única manera razonable de<br />
abrirse paso.<br />
Fue la última conversación de Antonio Delhez con su hijo.<br />
María Diels, estrechando en la diestra el título del flamante profesional, no pudo reprimir<br />
una lágrima furtiva y le acarició el rostro con emoción contenida:<br />
—Estoy contenta de ti…<br />
Fue la única concesión del amor materno al orgullo del hijo; el postrer recuerdo que Víctor<br />
Delhez guardaría de su madre.<br />
Dos días después, viajando de Amberes a París a gran velocidad, un automóvil fue a<br />
estrellarse contra un árbol de la carretera pereciendo el matrimonio Delhez.<br />
Un hombre entró en la muchedumbre belga.<br />
PARIS<br />
Llegó a París una tarde lluviosa. En la estación del Norte aguardaba Seuphor, antiguo<br />
condiscípulo en Amberes.<br />
La niebla impedía la visión; pero Seuphor no se cansaba de explicar al paso del coche:<br />
—rue Dunkerque¸ ahora viene la sucesión de bulevares: éste es el de Strasburg; los árboles sufren<br />
de invierno, ¿pero hay que ver cómo recupera en primavera? Estas avenidas arboladas son el<br />
encanto de París. El coche avanzaba con lentitud, sorteando la masa movible de vehículos y<br />
peatones. Franquearon la Isla de la Ciudad por el Pont au Change, pasaron junto al Palacio de<br />
Justicia y desembocaron al bulevar Saint-Michel. Se distinguía confusamente las altas casas, los<br />
monumentos y las cúpulas de los templos que Seuphor enumeraba con énfasis.<br />
En la plaza Edmond Rostand los detuvo un accidente de tráfico; era una de las postreras<br />
batallas entre cocheros y choferes, acompañada de un torrente de injurias que apenas se<br />
comprendía debido a la batahola que armaban ambos bandos; coche o taxi que llegaba, venía a<br />
reforzar a uno de los contenedores. Abundaron golpes, heridos y mujeres desmayadas; hasta que<br />
intervino la "Sureté" poniendo fin a la contienda. Reanudaron la marcha por la rue D´Assas para<br />
detenerse en la segunda cuadra de la calle Vavin, que desemboca en el bulevar Raspail, a pocos<br />
pasos del "carrefour" Montparnasse, corazón del inmenso barrio que los parisienses llaman: una<br />
ciudad dentro de la ciudad.<br />
Al oscurecer arribaron a la pensión de estudiantes. Delhez cenó frugalmente y despidiendo<br />
a Seuphor se retiró a su habitación. Pequeña, sencillamente amoblada, era una habitación<br />
corriente como las hay por centenares en cualquier hotel de tercera orden de Amberes. Se oía el<br />
habla francesa, distinta en timbre y dicción de la que usan los valones, pero la misma, en general,<br />
que une a belgas y franceses. Un periódico, sobre la mesa, ofrecía idéntica presentación a la de<br />
los rotativos amberianos. Se diría estar junto al Escalda, a no ser el rótulo de las maletas que decía<br />
claramente: París. Hasta el sexto piso llegaban apagados los ruidos. Un reloj de pared dio las diez;<br />
desaparecieron las luces y sobrevino el silencio de la casa de huéspedes.<br />
París… Pensó llegar un mediodía radioso; cruzar los bulevares bajo una atmósfera dorada,<br />
que haría resaltar el perfil armonioso de las cosas; entrada triunfal que al primer contacto exaltaría<br />
los sentidos abarcando de golpe el esplendor de la ciudad, su amplitud, su movimiento portentoso,<br />
21