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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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en el silencio concentra en una cabeza lo que expresaron muchas. El habitante cerebral de la urbe,<br />

castigado por la cultura y la civilización, lleva consigo el rugir de los trenes, las marcha de los<br />

émbolos, el torbellino que se desplaza de arte y ciencia; llevan también recuerdos, nomenclaturas,<br />

definiciones, fechas, conceptos, contraconceptos… un mundo de nociones que frustran la soledad.<br />

¿Es, como dice Frobenius, que la cultura, entidad abstracta, vive por sí sola encima de las cabezas<br />

de los hombres, a manera de una atmósfera en marcha? No, más bien un remolino interno, que<br />

vive de sí mismo; un organismo vivo que se alimenta de sangre y linfas, robándonos lo más puro<br />

del ser. El habitante de la urbe, difícil, complicado, envuelto en la red de sus problemas y<br />

conocimientos, de los conflictos encontrados que suscita su inteligencia, en fricción permanente<br />

con las cosas, es el eterno prisionero. ¿Qué somos, al fin? Somos los prisioneros de nosotros<br />

mismos. La libertad murió al abrir el primer libro.<br />

Hubo un tiempo dichoso en que París evocaba una tierna primavera. Los peregrinos<br />

acudían a su seno desde parajes remotos. La ciudad era una suma de sabiduría y de belleza;<br />

pecaba de inculto quien no la conocía. Inteligencia, artes, industria, modas, política, todo provenía<br />

de la antigua Lutecia romántica, donde el sol fulgía más puro, las mujeres eran más graciosas y los<br />

hombres más despiertos. Y las generaciones se transmitían la leyenda de una población<br />

maravillosa, cubierta por el velo de un prestigio ancestral.<br />

A ese tiempo dorado que asume las características del mito, debió referirse el primer<br />

humanista de los tiempos modernos al decir: imaginaos una villa donde se han reunido las mejores<br />

cabezas de un grande imperio, que por medio de luchas, relaciones y la emulación de cada día, se<br />

instruyen y se elevan mutuamente; donde todo lo que los reinos de la naturaleza y el arte en<br />

cualquier punto de la tierra, ofrecen de más remarcable, es accesible al estudio; imaginaos esta<br />

ciudad universal donde cada paso por un puente, por una plaza, recuerda un gran pasado; donde<br />

en cada esquina acecha un fragmento de historia; imaginaos todavía este París en el cual,<br />

después de tres edades humanas, presencias como Moliéres, Voltaire, Diderot y sus iguales han<br />

puesto en circulación una abundancia tal de ideas, como jamás se encontraría reunida en un<br />

punto alguno de la tierra.<br />

A ese tiempo aludía también Antonio Delhez, en las reuniones familiares del Hotel de los<br />

Deportistas, evocando el deslumbramiento de la Exposición Universal de 1899, cuando París<br />

regaló al mundo el juguete más codiciado de la época: la "Tour Eiffel". De él hablaban los<br />

compañeros de universidad de Amberes y Lovaina, anonadando a los flamencos con el recuerdo<br />

de las grandezas entrevistas.<br />

Novelistas, críticos, pintores, poetas, sabios, diplomáticos; gr<strong>andes</strong> y pequeños fijaron en<br />

formas indelebles su impresión de la urbe inmortal. La palabra dio el primer conocimiento; la<br />

imagen fotográfica multiplicó su figura; la fantasía exaltó el contacto. París vivió en nuestros<br />

abuelos y en nuestros padres y nos fue trasmitido, de generación en generación, para que todo<br />

adolescente abrigue la exigencia espiritual de conocerlo. Delhez pensaba en ese ausente en que<br />

los cronistas descubrían la "sonrisa de París" y revelaban la fascinación del "boulevard"; y por<br />

contraste surgían en su mente multitudes famélicas, pupilas encendidas por la pasión política,<br />

masas ansiosas que circulan de prisa, temerosas de malbaratar su tiempo. Esta gente de<br />

reglamentada avaricia, que explota con descaro al turista, que ha perdido el antiguo don de<br />

tolerancia y cortesía y que ahora solo admite "izquierdas" o "derechas". Este paisaje que se<br />

renueva sin descanso con gr<strong>andes</strong> construcciones de cemento y vidrio. Esta región de Europa<br />

donde lo comercial sube de grado sin resistencia, también es París, el París duro de los tiempos<br />

nuevos, en el cual hay que pelear encarnizadamente la posesión del franco.<br />

Desde su atalaya del Arco de la Estrella, Delhez contemplaba el majestuoso panorama que<br />

cierra "Notre Dame"; el paisaje urbano más bello del mundo.<br />

París… ¿Qué es París? ¿Por qué es imposible cerrar en una síntesis el alma de París?<br />

Debiera decirse, con más propiedad "qué no es París". El conjunto escapa a toda observación, por<br />

penetrante que sea. París es el detalle. La esquinita de Montmartre con su farol a gas y el muro del<br />

"bar-dancing" lleno de carteles multicolores. El trazo laberíntico de las calles que corta y ensancha<br />

casas en desorden ordenado. La teoría de árboles que ciñe el bulevar. La iglesia románica con sus<br />

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