EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes
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—Serás.<br />
—La tardanza desespera…<br />
—La tardanza madura.<br />
El coloquio imaginario se dormía en el trópico, bajo el cielo panameño decorado por<br />
estrellas incitantes. Un hijo del oscuro septentrión se absorbe en el misterio de la Cruz del Sur.<br />
BUENOS AIRES<br />
Mirando el batir de las alas, soñaba con la tierra prometida: Buenos Aires… Santa María de<br />
los Buenos Aires.<br />
Rodeada de muros, como la ciudadela medieval, la población se agruparía en pocas<br />
hectáreas: allí el gobierno magistrados, escuelas, un cuartel; aquí la plaza, un comercio diminuto,<br />
calles sin pavimento: más allá gauchos con "chinas", vihuelas y el mate en el fogón. Visión<br />
patriarcal. Nada de historia ni sedimentos. Gente sencilla, espontánea, como acabada nacer; y la<br />
llanura infinita abriéndose al emigrante y al nativo. Casitas bajas. Carretas tiradas por bueyes.<br />
Gr<strong>andes</strong> espacios abiertos. ¡Adiós técnica, cultura, velocidad! En vez de mirar a la tradición, cada<br />
hombre es constructor del presente; y no existe la competencia, representativa del drama europeo.<br />
¿Sería la ciudad pacífica del tiempo primitivo? ¿La tierra vastísima, sin dar lugar a la lucha por<br />
cada metro cuadrado, que en el viejo mundo origina disturbios guerreros y miseria? Santa María de<br />
los Buenos Aires… Ya veces el vuelo de las flechas de los indios…<br />
La última noche a bordo la pasó en vela, despidiéndose interiormente de su Europa. Ella<br />
quedaba atrás, muy atrás, con su densidad espiritual y su complicación externa. Ahora iba al<br />
encuentro de tierras vírgenes, que ignoraban el sentido de la palabra "frontera" y la malicia del<br />
civilizado.<br />
El barco surcó las aguas del Río de la Plata. Era un río extraño, ocre, dominado en toda su<br />
extensión por rara inmovilidad; sin oleaje, sin corrientes, sin espuma. Llegó un remolcador, subió el<br />
"practico", se puso al timón y el transatlántico se dejó conducir dócilmente. A Delhez le nació<br />
simpatía por el remolcador: era, sin duda, el barquito del gobierno argentino.<br />
De pronto comenzaron a surgir los "docks". A través de los mástiles de las embarcaciones,<br />
asomaban chimeneas, torres, edificios apareciendo desapareciendo en medio de la niebla. Un<br />
instante que la niebla cubrió todo, Delhez se creyó víctima de un espejismo; —será el recuerdo de<br />
los puertos europeos —pensaba— que no me abandona. Pero la niebla se fue disipando; y<br />
surgieron otra vez los barcos, muelles, grúas y altos edificios. Aspiró con fuerza el aire matinal,<br />
impregnado del olor característico de los estuarios, mezcla de humo, carbón, nafta y resinas. El<br />
barco atracó a un muelle extenso que recordaba los de Hamburgo, Marsella o Amberes.<br />
Centenares de embarcaciones. Muchedumbres viajeras. ¿Santa María de los Buenos Aires? ¡Ah,<br />
sí! Ese era el nombre de la colonia, cuando los españoles; ahora es Buenos Aires a secas. Gran<br />
ciudad gran puerto como los mejores de Europa.<br />
El sol ahuyentó la bruma. Estrépito de máquinas. Voces. Confusión. Aviones<br />
evolucionando sobre el puerto. "Por esto dejé París" — pensó Delhez contristado. Y al punto le<br />
vino el recuerdo de la frase leída en algún libro: En toda civilización madura, las ciudades<br />
adquieren sello uniforme, dondquiera que se vaya, se encontrará siempre a París, Londres y<br />
Nueva York.<br />
Había creído encontrar una ruptura con Europa; pero la realidad devolvía el mismo<br />
ambiente cargado y tenso de la urbe. Su sensibilidad le decía que no era intruso en el estuario del<br />
Plata; respiraba un aire antiguo, bajo un cielo familiar. ¿Dónde concluye lo europeo y dónde<br />
comienza lo criollo? La metrópoli pugna por lograr el ritmo febril de la ciudad occidental; pero<br />
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