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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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Delhez vuelve a leer, penetrando el sentido de la idea y la pura belleza de las imágenes.<br />

—¿Los vas a publicar?<br />

—No tengo cómo hacerlo.<br />

—¿Los diste a alguna revista?<br />

—Ninguna los acepta… Se me propone entregarlos a un periódico. Pero… ¡no! Los versos<br />

sufren entre anuncios.<br />

—Eres un poeta, Schiavo. ¡Envidio tu destino!<br />

Schiavo era el más dichoso, a pesar de su pobreza y la oscuridad de su vida. Tenía mujer<br />

y un hijo que lo amaban entrañablemente. Empleado en la Biblioteca Municipal, ganaba apenas lo<br />

indispensable. Tímido, silencioso, escondía sus composiciones, aceptando rara vez la confidencia.<br />

Otra vez, al expresar que cantaría a Buenos Aires, en un poema que terminaría para el<br />

cuarto centenario de la Ciudad, Delhez se alarmó:<br />

—¡Un canto a Buenos Aires! ¡Hum! No tienes pasta para épico. Tu temperamento delicado<br />

se quebraría frente al gran fresco histórico.<br />

—Sé que carezco del don épico; pero no pienso narrar hazañas. Creo que tal vez … quién<br />

sabe … tal vez se puede hablar de un lama interna de Buenos Aires que no está en los edificios ni<br />

en la multitud … sino allá del ambiente afrodisíaco en que vivimos.<br />

—¡Alma seráfica! Ignoras lo que vales: así conservarás tu humildad y harás cosas nobles,<br />

despojadas del pecado del orgullo.<br />

Schiavo era el único desprovisto de habilidad para luchar con el contorno. Su energía era<br />

interna concentrada en lo hondo. Había sido atleta en su adolescencia, pero atleta de tercera fila.<br />

Se resignaba a desempeñar el papel de un hombre tranquilo, que asiste a las charlas de los<br />

demás, habla poco y de vez en cuando aventura un juicio sin pretender imponerlo. Contemplaba<br />

largo rato la disputa de los otros, quieto, callado, sin incomodar con su presencia: cuando le<br />

obligaban a hablar, decía cosas claras y breves, que todos entendían, reconociendo su<br />

penetración. Al retirarse, aventuraba la confidencia con Delhez:<br />

—¿Viste el humo azulado en la pipa de Videla? Parecían catedrales surgiendo de la<br />

bruma…<br />

"Es el más dichoso — pensaba el flamenco; — no necesita disputar para entender."<br />

Hoy Nelson, Dáneo, Perceval, Schiavo. Mañana el director de un poderoso sindicato<br />

periodístico, que abandona su trabajo nocturno para corregir las cuartillas de un novel<br />

comediógrafo. Después la conciencia joven que se rebela contra el fariseísmo ambiente,<br />

proclamando la necesidad del examen de conciencia para ser mejor. Artistas oscuros, luchando<br />

heroicamente por "su" verdad. Inteligencias claras. Hombres de angustiada ambición. Escritores de<br />

garra, que suspenden obras de aliento para no perder su independencia y dignidad humanas.<br />

Seres inquietos, que oscilan entre la voluntad actuante y la inclinación mística. Entes de ciudad,<br />

oscuros, recogidos, labrando con noble lentitud su redención. Delhez los encontraba en todas<br />

partes — nunca en primer plano. Pero había que descubrirlos. Había que hacerlos saltar detrás de<br />

las brumas del mercantilismo y la frivolidad que pesan sobre el habitante de la gran ciudad. Buenos<br />

Aires, urbe de contrastes, fabrica demonios y arcángeles humanos. Nadie conoce la proporción.<br />

Pocos el drama.<br />

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