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EL ARTE NOCTURNO DE VICTOR DELHEZ - andes

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político, del financista, del crítico, del esteta. Indiferente al medio, se abría al hombre esencial; era<br />

un británico altanero cuando quería, y también el criollo acogedor para el que lograba<br />

comprenderlo.<br />

"Es un gran periodista —decían algunos—, que escribe poco pero anima mucho". Otros<br />

protestaban: "Es sólo un buen muchacho, un cado extraordinario de permanente juventud". Y los<br />

más despectivos: "Es poderoso: tiene dinero, influencias…"<br />

Delhez, más sagaz, observando la generosidad nunca pregonada del industrial, la<br />

sinceridad con que se prodiga educando, elevando el nivel espiritual de la gente que lo rodeaba, se<br />

decía: "Un hombre… Un hombre entre millones de porteños".<br />

¿Qué retortas precipitan estos hombres integrales de América? En Europa, Nelson habría<br />

sido un "condottiero" del espíritu. En a Argentina era un constructor, que daba todo sin pedir nada<br />

para sí. Pero, como muchas cosas de la Argentina interior, henchida de posibilidades, que todavía<br />

no asimila el aluvión inmigratorio, los hombres como Nelson son ignorados; tal vez por eso su<br />

influencia espiritual es más profunda. Son los hombres que fluctúan entre le "ánimo de donación" y<br />

el "ánimo de libertad"; que buscan "una exaltación severa de la vida", más allá del éxito inmediato,<br />

según las frases decisivas de Eduardo Mallea, lúcido explorador de una Argentina invisible, que<br />

germina en los campos y también en las ciudades, a través de sus hombres mejores. A los<br />

argentinos les falta autenticidad. Pero la levadura existe. Mallea tiene razón: menos<br />

representación; más humanidad. Menos artificio y alambique, más naturaleza y veracidad.<br />

"Dibidón" el "Dibidón sonoro" como decía Dáneo refiriéndose a Perceval, era el tipo más<br />

curioso entre los amigos del flamenco. Bajo. Algo grueso. Rubio y blanco, de un blancor de<br />

"nocturno", su risa animaba las reuniones del café. Pianista en la Corte de Bélgica a los dieciocho<br />

años, cayó a Buenos Aires como pudo llegaba a desarrollar formalmente. A los reproches se<br />

entristecía, prometiendo hacerlo; pero prometiendo… nada más. Organista genial, ignoraba él<br />

mismo lo que podía dar. Su "Natividad", única composición que llevara al disco empujado por los<br />

amigos, era una joya sutil, de fina y colorida emoción, que los consagró: Julio Perceval, primer<br />

compositor de música religiosa en Buenos Aires. Acompañaba a la orquesta del Colón, ganado<br />

ciertas temporadas más de dos mil pesos mensuales: por contraste, en general le faltaban diez<br />

centavos para el tranvía. Pero él no perdía su dignidad, ese aire de "grand burgeois" en cuya<br />

reserva solo penetraban sus íntimos. Egoísta. Ineducado. Mal amigo. Se hacía perdonar rarezas y<br />

"comodidades" gracias al órgano. Casado. Católico militante. Con todo lo bueno que puede tener<br />

un artista verdad y con lo malo que llevan tras sí los que en su infancia vieron girar el mundo en<br />

torno a su persona. Improvisador insuperable, hacía prodigios en el órgano. Tocaba preludios y<br />

fugas de Bach, hojas maravillosas del "Clavecín Bien Temperado", que ningún músico superó en<br />

alianza de técnica con pureza inspirativa.<br />

Un preludio de Bach… Lo sereno en lo simple. Lo profundo en lo puro. Fe. Unción. Fluir de<br />

cosas venturosas, que alegran el ánima y llenan de paz. ¿Cómo alcanzar un arte de leyes tan<br />

simples y tan claras? Bach es la desesperación de los aprendices y un enigma para los técnicos.<br />

¿Qué es el genio, cuando hunde en la mayor profundidad con el movimiento más sencillo?<br />

Perceval era un misterio. Lo habían escuchado juntos a Fritz Busch en el "Colón", llevando<br />

el órgano en las sublimes "Pasiones" de Juan Sebastián Bach, con coros y orquesta. Conocían su<br />

prodigiosa facilidad de improvisación; ese don de tejer variaciones interminables, con seguro<br />

dominio del contrapunto, arrancando a los tubos matices que ningún organista conocía en Buenos<br />

Aire. Pero en seguida lo veían locuaz y bullicioso, como filisteo de la cultura a quien nada importan<br />

religión, arte ni música; o triste y agresivo como un animal herido. Fritz Busch había dicho que<br />

Perceval podía tener la situación que quisiera en Europa; no era el primero en decirlo. Perceval lo<br />

sabía, pero rechazaba las "pérfidas" insinuaciones, prefiriendo su querido Buenos Aires. Ignoraba<br />

el sentido de la palabra "Ambición".<br />

Dáneo. Amigo predilecto. Fogoso, desinteresado, con algo de Fausto y mucho de Quijote,<br />

su actividad desordenada se disciplinaba al servicio de un amigo. Camorrero, se acrecentaba<br />

cuanto más fuerte el contrincante, buscando siempre la defensa del punto débil. Más que un<br />

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